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Querido tutor contestó Amaury con visible malhumor, no me pregunte nada que ataña a ese Felipe a quien no volveré a ver en mi vida. Antoñita le ha recibido a pesar de mis consejos y puede recibirle todavía, si le parece bien, pero yo no podré perdonarle su indigno modo de olvidar. ¿Olvidar a quién? preguntó el anciano. A Magdalena, señor.

Leonora parecía embriagada por el perfume viril de aquellas amenazas de pasión salvaje. Rafael, al ver cabizbaja y silenciosa a la artista, creyó que la habían ofendido sus palabras, y se arrepintió de ellas. Debía perdonarle, estaba loco. Se exasperaba ante su resistencia inexplicable. ¡Leonora! ¡Leonora! ¿A qué empeñarse en estorbar la obra del amor?

¡Ah! ruega por tu pobre madre, que tiene tanta necesidad de perdón exclamó la señora de Latour-Mesnil arrodillándose y ocultando su frente entre las manos. ¡Madre, madre mía! dijo Juana levantándola con fuerza, y estrechándola contra su corazón. ¿Qué tengo que perdonarle? ¿no me he engañado yo también?

Aún no había cumplido cuarenta años; gozaba de muy buena salud; si bien algo chata, no tenía mal ver, y estaba rolliza y sonrosada, y con la tez tersa y jugosa. Al llamarla vieja, Pedro Lobo procedía con injusticia notoria y con falta bestial de galantería, pero, como estaba tan enojado, algo debemos perdonarle. Lo que es Madame Duval no le perdonó nada.

¡Rosa! ¿Separada Rosa? exclamó asombrado el señor viejo Vaya, vaya, y ustedes dispensen pero no saben lo que dicen o les han informado con mala intención. Rosa es incapaz de hacer nada que pueda ser causa de que su marido la deje con sombra de razón, y si él la engañara a ella le sobran talento, virtud y recursos para traerle al buen camino... y en último caso, grandeza de alma para perdonarle.

La enferma lo aceptaba todo de su marido sin perdonarle ningún sacrificio. ¿No le había dado ella más de lo que podía darle?

En un día de estreno se enfrían muchas veces las relaciones con los mejores amigos, que acceden a perdonarle a uno algunos días después, si se ha obtenido un éxito brillante, pero que continúan enojados durante mucho tiempo cuando es víctima de un fracaso; de modo que queda uno mal con ellos como con el público. Bien dicen que «un mal no viene nunca solo».

Si tuviera que perdonarle, en honra de la noble memoria del senador Vieillard, le perdonaria. Ahora preguntaré: ¿se cumplió el testamento del senador Vieillard? Creo que no. ¿Por qué? Acaso Luis Napoleon lo sabe, acaso lo ignora, pero la verdad es que la última voluntad del difunto no se cumplió. Me parece oir á un lector que dice: pues ¿qué sucedió en esto?

¿Culpable? ¿A excusarse? exclamó, procurando reponerse de la sorpresa. , soy un loco, un amigo cruel y desolado que viene a ponerse a sus pies y pedirle perdón... Pero, ¿qué tengo que perdonarle? añadió, un poco asustada por aquella calurosa invasión en la tranquilidad de su retiro. Mi conducta pasada, todo lo que he hecho, todo lo que he dicho, con la estúpida intención de herirla a usted.

Tanto tiempo se pasó, no obstante, sin lograr tropezar con él, que al cabo concluyó por perdonarle. Satisfizo su agravio con arrearle un par de puntapiés en el trasero, cuando después de tres meses, le halló paseando en la punta del Peón. El hijo del Perinolo dió gracias al Cielo de haber librado tan bien.