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Nos agobia, nos esclaviza, no nos deja respirar. MÁXIMO. Hoy no: hoy es indulgente. La maestra, de ordinario tan adusta, hoy nos sonríe con rostro placentero. ¿Ves esa cifra?

Coger la catedral como el náufrago agarra un resto del buque, próximo ya a ahogarse: ésta era su esperanza, y acababa de realizarla. La iglesia le acogía como una madre vieja y adusta que no sonríe, pero abre los brazos. Por fin.... Por fin... murmuró Luna.

Llevaba concluida una traducción de El laberinto de amor, sendas glosas de los sonetos de Petrarca, y tenía entre manos una feliz imitación de la Arcadia de Sannázaro. Para él, aquella naturaleza desolada y adusta que rodeaba, por todos lados, a su ciudad natal no merecía un hemistiquio.

Aquí Fuso Negro saca un mendrugo de entre la camisa y comienza a roerlo, con la mirada adusta y obstinada. El Caballero cierra los ojos y se recuesta sobre las algas que sirven al loco de camada. Se oye el bordón del viento y el tumbo de las olas en la playa. El Caballero suspira sin abrir los ojos. ¿Tienes hambre, hermano Fuso Negro?

Mostrábanse tristes, fatigados, con el ceño torvo, parcos en palabras, sin otro deseo que el de pedir la cena, maldiciendo sordamente al maestro, a los compañeros, a todos los ricos, a la vida adusta e ingrata, que sólo tenía para ellos rudezas y choques.

Todos los domingos se personaba en ella mi D. Francisco para hacer la cobranza, los recibos en una mano, en otra el bastón con puño de asta de ciervo; y los pobres inquilinos que tenían la desgracia de no poder ser puntuales, andaban desde el sábado por la tarde con él estómago descompuesto, porque la adusta cara, el carácter férreo del propietario, no concordaban con la idea que tenemos del día de fiesta, del día del Señor, todo descanso y alegría.

Nadie la había visto, pero su hermosura era extraordinaria. Y su raptor y guardián era aquel hombre antipático, siempre de negro, con cara adusta... Le escucharon todos con gran interés: unos, conmovidos egoístamente por la hermosura de la dama; otros, noblemente indignados de que junto a ellos pudiese un hombre realizar este secuestro.

La joven era menos adusta. Parecía sonreír con las comisuras de sus ojos, mientras estaba medio vuelta de espaldas á Ferragut, agradeciendo su admiración muda y escrutadora. Llevaba la cabellera en desorden, como una mujer que no teme las indiscreciones de su peinado y deja que surjan bajo el sombrero las mechas serpenteantes con toda su rebeldía natural.

El único que no le hiciera manifestación alguna de simpatía era la efigie de un dominico, fray Anselmo de Araya, gran inquisidor de Felipe II. La adusta rigidez de este fraile, que permanecía tal cual fuera pintado hacía siglos, infundió a Pablo todavía mayor temor que las sonrisas y los movimientos de las demás figuras...

Maximiliano contempló un rato el grupo fotográfico de las chicas de Samaniego, Aurora y Olimpia, con mantilla blanca, enlazados los brazos, la una muy adusta, la otra sentimental. ¿Por qué miraba aquello? Su turbación le llevaba a colgar las miradas aquí y allí, prendiendo el espíritu en cualquier objeto, aunque fueran las cabezas de los clavos que sostenían los retratos.