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Teresina, antes de salir, puso orden en los muebles, que no pecaban de insurrectos, que estaban como ella los había dejado el día anterior; también tocó los libros de la mesa, pero no se atrevió con los que yacían sobre las sillas y en el suelo. Aquéllos no se tocaban.

Las escalas enrevesadas del cornetín, sus cabriolas diabólicas, parecían una carcajada metálica de la muerte, que con el niño en sus brazos se alejaba á través de los esplendores de la vega. A la caída de la tarde fueron regresando los del cortejo. Los pequeños, faltos de sueño por las agitaciones de la noche anterior, en que les había visitado la muerte, dormían sobre las sillas.

15 Vienen, pues, a Jerusalén; y entrando Jesús en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el Templo; y trastornó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; 16 y no consentía que alguien llevase vaso por el Templo. 17 Y les enseñaba diciendo: ¿No está escrito que mi Casa, Casa de oración será llamada por todas las naciones?

Y entrando el en Ierušalë, toda la ciudad še alborotó diziendo, Quien es ešte? Y las compañas dezian, Ešte es Iešus el Propheta de Nazareth^ de Galilea. Y entrò Iešus en el Templo de Dios, y echó fuera todos losque vendian y compravan en el Templo, y traštornò las mešas de los cambiadóres, y las šillas de los que vendian palomas.

El tillo sin un solo tapiz, combado y lustroso, daba una impresión de frío y ancianidad, como de espalda inclinada y desnuda en un viejo achacoso. Algunas sillas, compañeras del sofá, se replegaban contra los muros con vergonzosa timidez.

4 Y alrededor del trono había veinticuatro sillas; y vi sobre las sillas veinticuatro ancianos sentados, vestidos de ropas blancas; y tenían sobre sus cabezas coronas de oro. 5 Y del trono salían relámpagos y truenos y voces; y siete lámparas de fuego estaban ardiendo delante del trono, las cuales son los siete Espíritus de Dios.

Mari Pepa esparcía en el suelo las colchas y pañolones que habían acopiado en el saqueo y andaban en confuso montón sobre las sillas; Lita escogía y combinaba colores y tamaños, y Pito Salces y yo, encaramados en muebles de la necesaria altura, clavábamos en las paredes, y tan arriba como nos era posible, con tachuelas, con puntas... hasta con clavos «trabaderos» y cuanto habíamos podido haber a las manos en una mechinal de la bodega en que acumulaba Chisco las reservas de esta especie, lo que la diligente y afanada nieta del gigantón de la Castañalera nos iba alargando con sus manitas primorosas, de lo desparramado por el suelo.

A uno y otro lado de la gran puerta del fondo estaban las sillas de coro de las religiosas, y sentadas en ellas las señoras del consejo: la marquesa de Villasis ocupaba la esquina derecha, teniendo a su lado a la duquesa de Astorga.

No pasaba una señora ni un niña por la calle sin tributar los más afectuosos saludos a la rueda de contertulianos, sentados cómodamente en sillas colocadas en la calle y presididos por el dueño del establecimiento.

La Maritornes entró toda apresurada y solícita con dos sillas de pino. ¿Qué quieren vuesas mercedes? dijo el hombre, que se había quitado la gorra. Vino, mucho vino dijo la Dorotea. Sólo tengo blanquillo de Yepes. Sea el que quiera. El hombre salió. No os conozco, Dorotea dijo Quevedo. Tampoco yo me conozco á misma. Mirad que el blanquillo de Yepes es muy predicador. No importa.