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Sobre la mesa ardía una lámpara de bronce colgada del techo. Los aparadores casi tocaban en él y eran también de roble tallado; las sillas de roble igualmente; todo de roble. Esta madera dura, maciza y adusta, parecía el símbolo de aquella respetable familia.
Algún ventorrillo, con su rama seca colgada, ante el portón, ofrece de trecho en trecho al caminante el cochifrito o el tasajo, compañeros del vino, y a lo lejos se extiende hasta perderse la blanca cinta del polvo de la carretera, manchada sólo por los excrementos de las bestias, o hendida por las pesadas llantas de los carros.
En los hombros de la chaqueta había dos estrechos galones de oro problemático, destinados a sujetar dos charreteras; y una espada vieja, colgada de un cinturón ídem, completaba este conjunto medio militar y medio paisano. Los años habían hecho grandes estragos en la parte delantera del largo y estrecho cráneo de este sujeto.
Esta, con su estupidez inveterada, en vez de disimular su poder y hacerse perdonar del mundo aquella inaudita usurpación, la pregonaba a son de trompeta en los teatros y paseos, donde se presentaba colgada del brazo del duque. Poco después comenzó a circular por Madrid la noticia de que se casaban. El asombro y la indignación que produjo fueron vivísimos.
Todas las noches, al salir de casa con la guitarra colgada del cuello, se le ocurría el mismo pensamiento: «Si Santiago estuviese en Madrid y me oyese cantar, me conocería por la voz.» Y esta esperanza, mejor dicho, esta quimera, era lo único que le daba fuerzas para soportar la vida. Llegó otro día, no obstante, en que la angustia y el dolor no conocieron límites.
Llevé la mano al sombrero y busqué con la vista al sacerdote portador de la sagrada forma; pero no le vi. En su lugar tropezaron mis ojos con un anciano, vestido de negro, que llevaba colgada al cuello una medalla de plata; a su lado marchaba un hombre con una campanilla en la mano y un cajoncito verde en el cual la mayoría de los transeúntes iban depositando algunas monedas.
Cuando salió de la sala, se persignó y santiguó, y con mucha devoción y sosiego hizo una profunda reverencia a una imagen de Nuestra Señora, que en una de las paredes del patio estaba colgada; y alzando los ojos, vió a los dos que mirándola estaban, y apenas los hubo visto, cuando se retiró y volvió a entrar en la sala.
Zoraida, aunque no entendía bien todos los sucesos que había visto, se entristecía y alegraba a bulto, conforme veía y notaba los semblantes a cada uno, especialmente de su español, en quien tenía siempre puestos los ojos y traía colgada el alma.
Cuando quería dormir se extendía en aquella misma butaca, y apoyada en varios almohadones, lograba conciliar el sueño. Una lámpara muy lujosa, llevada de Madrid, iluminaba el gabinete, mientras Clotilde estaba desvelada, encendiéndose en su lugar, cuando quería dormir, una bujía puesta en el suelo y tapada con una manta colgada entre dos sillas.
Sí, sí, hay que moverse decía Luisa . ¿Qué sería de nosotras, Dios mío, si tuviéramos que reflexionar semanas y meses para echar una cabeza de ajo en un guisado? Lesselé, usted que es más alta, alcánceme esa ristra de cebollas que está colgada del techo. Y la joven obedecía. Hullin no había experimentado en toda su vida mayor satisfacción.