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Su voz sonaba como entrecortada por lágrimas que contenía . Pensé en confesarme con usted, pero... buena confesión te Dios.... No obedecería si usted me mandase quedarme aquí.... Ya que es mi obligación: la mujer no debe apartarse del marido. Mi resolución, cuando me casé, era....

¡Ah! exclamó, alzando la voz para poder ser oída por don Gil no me nombren esas procesiones de vírgenes mundanas. ¡Qué vírgenes serán esas que salen con coronas de rosas y cirios en las manos! Una vez vi eso, y me entró tal grima, que tuve que confesarme en seguida de la cólera que me había dado. No me nombren eso. ¡Qué escándalo, Dios mío! ¡A dónde iremos á parar así!

Es indudable: aun prescindiendo de la virtud sagrada del sacramento, la confesión es un manantial de consuelos; es, cuando menos, un alivio. Confesar a alguien nuestra pena, nuestra humillación o nuestro pecado, es compartirlo todo con él. Pero ¿a qué semejante mío podría yo confesarme?

¿Quién es el confesor de mi prima, madre Ignacia? dijo á la tornera. ¡Oh! es un justo varón, un padre grave y docto de la orden del seráfico San Francisco: fray José de la Visitación. ¡Ah! ¡Fray José de la Visitación! le conozco mucho y ha sido mi confesor algún tiempo; tomé otro porque nunca acababa de confesarme; era eternizarse aquello. Es confesor muy celoso.

Intenciones tuve a veces de confesarme con ella: de decirle mis faltas para que ella las perdonase. Pero pronto un orgullo, en mi sentir bien entendido, me hacía desechar aquella tentación. Era preferible que ella supiese por otras personas quién yo era y no que lo supiese por misma.

El gitano, tranquilo hasta entonces, había sido simple espectador de aquella escena; pero al oír aquella voz bien conocida, exclamó: ¡Miserable carmelita, deja entrar a esos sacerdotes! soy yo, el gitano, quien los ha enviado a buscar para comunicarles mis últimas voluntades, para confesarme. ¿Qué esperas, pues?

No insisto repuso el médico , porque no quiero que me tenga usted por imprudente; pero le aseguro que, sin ese temor, más de dos veces le hubiera preguntado, en estos últimos días, por los motivos de un desaliento que no ha podido usted disimular. Despertaba esta declaración de Neluco la idea, no dormida enteramente en , de confesarme con él, como Facia se había confesado conmigo.

Yo me siento, sobrina, a punto de muerte; querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala que dejase renombre de loco, que, puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos: el cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás, el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento.

Al decir yo, Guillermina se ponía la mano en el pecho y daba a sus ojos la expresión más hermosa. «Yo, yo... ese día, iré a confesarme con usted como usted se confiesa ahora conmigo». Esto dejó a Fortunata tan desconcertada, que sus lágrimas se secaron de improviso. Miraba con verdadero espanto a la rata eclesiástica.

He meditado mucho en estos últimos meses acerca de tal asunto, y al fin no he podido menos de confesarme que no sirvo para casado.