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«Y no la encontraste hasta tantismos años de correr, y se llamaba Nicolasa dijo la Petra, queriendo ayudar al biógrafo de mismo. ¿ qué saber? No ser Nicolasa. Entonces será la señora apuntó la Diega, señalando no sin cierta impertinencia a la pobre Benina, que no chistaba. ¿Yo?... ¡Jesús me valga! Yo no soy ninguna tarascona que anda por los caminos».

En la estación del ferrocarril no me conoció nadie: al atravesar la plaza, tres o cuatro voces que dijeron con asombro: «¡Nicolasa! ¡Nicolasa!» y luego observé que a larga distancia me fueron siguiendo dos muchachas de mi tiempo, una con un chico en brazos... y, mira, aquélla me dio envidia. Si te daría. Llegué a mi casa. Imagina la sorpresa.

Sin desistir, por consiguiente, de vengarse si se presentaba ocasión cómoda para ello, D. Casimiro resolvió enamorar estrepitosamente á Nicolasa, esperando que así daría picón á la futura carmelita, ó probaría al menos que tenía por amiga una mujer de mucho mérito. Nicolasa, en efecto, lo era.

Abandonada la ciudad, y vuelto D. Casimiro á reales de Villabermeja, se puso á galantear á Nicolasa con la imprudencia y el ímpetu del despechado. Ella era harto discreta para no conocer que entonces ó nunca: que la fortuna le presentaba el copete y que importaba asirle. D. Casimiro buscaba en Nicolasa refugio y compensación contra el desdén de Clarita. D. Casimiro estaba en su poder.

Á las observaciones que la chacha me ha hecho, he respondido que mi resolución era irrevocable. He persuadido, por último, á la chacha de que no conviene que Nicolasa sepa los lazos que á ella me unen, y que es más delicado y honesto que lo sepa sólo el sujeto que va á ser su marido.

Calma, amiguito contestó don Gil, poniéndole la mano en el pecho: ¿recuerda usted mi gorro y mis calcetas, un primor de costura y de corte? ¿Y qué tiene eso que ver con la...? Vamos allá. Pues ese traje, ese gorro, esas calcetas, me las hicieron doña Nicolasa y doña Bibiana Remolinos, personas eminentes en el arte de coser, á quienes tendré el gusto hoy mismo de presentar á usted.

Pues esa es la primera razón por la que digo que es V. bueno. Nicolasa es una muchacha honrada... y no está bien que los caballeros traten de levantarla de cascos... Apruebo tu rigidez. Y la segunda razón por la cual soy bueno, ¿quieres decírmela?

«Mañana dijo ella , irás conmigo a verle». A quién... ¿al chiquillo de Nicolasa?... ¡Yo! Aunque no sea más que por curiosidad... Considéralo como una compra que hemos hecho las dos maniáticas. Si compráramos un perrito, ¿no querrías verle? Bueno, pues iré. Falta que mamá me deje salir mañana... y bien podría, que este encierro me va cargando ya.

La amargura de los celos le acibaró el corazón; las lágrimas brotaron en abundancia de sus ojos. Cuando vió á solas á Nicolasa, con los ojos encarnados de llorar y con voz trémula le dijo: ¿Conque cedes al amor de D. Casimiro? ¿Conque vas á casarte? ¿Conque me matas? Calla, tontito mío, contestó ella. ¿Á qué vienen esas quejas? ¿Te he engañado yo jamás? No; no me has engañado.

Y el sitio es tal, que ni hecho de encargo. ¿Se puede entrar en este aposento? añadió Quevedo, parándose en el fondo de la taberna delante de una puerta cerrada, y dirigiéndose á un hombre que desde el primer recinto de la taberna les había seguido admirado. ; , señor, con mil amores dijo aquel hombre . ¡Nicolasa! ¡la llave del cuarto obscuro! ¡tráete una luz!