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A cuál por asirle de alguna parte segura, por estar todo tan manido le agarraba el corchete de las puras carnes y aun no hallaba de qué asir, según los tenía roídos la hambre. Otros iban dejando a los corchetes en las manos los pedazos de ropillas y gregüescos; al quitar la soga en que venían ensartados, se salían pegados los andrajos.

Aceptado, y basta de charla, dijo Tristán adelantando el pie izquierdo, echando hacia atrás el cuerpo y abriendo y cerrando las enormes manos. El arquero, aunque de estatura mucho menor, tenía músculos de acero y era luchador experto. Acercóse con cauto paso á su adversario, que le miraba con ceño, erizada la roja cabellera y pronto á asirle entre sus garras.

Bailábanle los ojos en el casco, como si fueran de azogue. Cuantas blancas ofrecían, tenía por cuenta. Y acabado el ofrecer, luego me quitaba la concheta y la ponía sobre el altar. No era yo señor de asirle una blanca todo el tiempo que con el viví o, por mejor decir, morí.

Parecióle ver en medio de aquel torbellino, de aquel resplandor, impuro y flameante, levantarse el cadáver de Dorotea, adelantar, asirle, estrecharle entre sus brazos y arrastrarle consigo.

Don Quijote, que vio el vuelo sin alas de Sancho, preguntó al general si eran ceremonias aquéllas que se usaban con los primeros que entraban en las galeras; porque si acaso lo fuese, él, que no tenía intención de profesar en ellas, no quería hacer semejantes ejercicios, y que votaba a Dios que, si alguno llegaba a asirle para voltearle, que le había de sacar el alma a puntillazos; y, diciendo esto, se levantó en pie y empuñó la espada.

El barbero aporreaba a Sancho, Sancho molía al barbero; don Luis, a quien un criado suyo se atrevió a asirle del brazo porque no se fuese, le dio una puñada que le bañó los dientes en sangre; el oidor le defendía, don Fernando tenía debajo de sus pies a un cuadrillero, midiéndole el cuerpo con ellos muy a su sabor.

Es muy terco, hija, déjale... no quiere que le agradezcamos la licencia del oratorio y el permiso para doblar la misa para don Anselmo. Agradézcaselo usted a Su Santidad. , que por mi cara bonita me entrega Su Santidad esta gracia.... El Magistral sonreía, dispuesto a escapar si querían asirle.

No era yo señor de asirle una blanca todo el tiempo que con él veví o, por mejor decir, morí.

Cualquiera puede figurarse la respuesta: feliz el mancebo, si en vez de hacerle esa sencilla pregunta no le ocurre al calavera asirle de las narices a través de la rejilla, diciéndole: Retírese usted; la noche está muy fresca, y puede usted atrapar un constipado. Otra noche llama a deshoras a una puerta. ¿Quién? pregunta de allí a un rato un hombre que sale al balcón medio desnudo.

Abandonada la ciudad, y vuelto D. Casimiro á reales de Villabermeja, se puso á galantear á Nicolasa con la imprudencia y el ímpetu del despechado. Ella era harto discreta para no conocer que entonces ó nunca: que la fortuna le presentaba el copete y que importaba asirle. D. Casimiro buscaba en Nicolasa refugio y compensación contra el desdén de Clarita. D. Casimiro estaba en su poder.