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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Doña Nicolasa Paredes, dicho sea en honor de la verdad, no comprendía muy bien el tuétano que encerraban las palabras de su hijo; pero agradecida á las cariñosas profecías de don Pablo Bragas, tendió un mantel y puso delante del amigo una taza de sopas en caldo gordo, que darían rabia á un teatino.

Abría la boca para articular una sílaba: ya había dicho una sentencia. ¿Pedía la teta? Aquello era, según la opinión del astrólogo, un incomprensible aforismo. Pasaban dos, cuatro y seis años, y con la edad crecía la fama del joven Orejoncito. ¿Sabe usted lo que he visto, señora Nicolasa? decía el farmacéutico un día con cierto tono de misterio que asustó á la buena mujer.

El prodigio de la Naturaleza fué puesto sobre un macho, en compañía da unas alforjas que encerraban algunas, tortas y dos azumbres de vino, y después de algunos lloriqueos de doña Nicolás y de algunos dísticos que ensartó el de los astros, Elías partió en dirección de la patria del inmortal Cervantes, adonde llegó en cuatro días: de viaje. Entonces doña Nicolasa tuvo una hija.

Cuanto pretendiente se acercaba á Nicolasa era respetado por Tomasuelo, quien no le ponía el menor estorbo, durante los preliminares y coqueteos; pero si más tarde se extralimitaba y dejaba ver que venía con mal fin, ya podía temer el enojo y las pesadas manos de aquel hermano adoptivo, celoso de la honra de su familia.

Es el caso que doña Nicolasa tuvo allá por el quinto mes un sueño extraordinario, en el cual vió que el fruto de su vientre, ya crecido y entrado en años, era arrebatado al cielo en un carro de fuego; más tarde la buena señora daba en soñar todas las noches que su hijo era consejero del Despacho, padre provincial, venticuatro, racionero, deán y hasta obispo, rey, emperador ó, cuando menos, papa ó archipapa.

Tomasuelo era listo, despejado y fuerte: el mozo más guapo del lugar; pero Nicolasa le había hechizado. Con un rayo de luz de sus ojos podía darle una dosis de aparente bienaventuranza que le durase una semana. Con una palabra sola podía hacerle llorar como si fuese un niño de cuatro años.

Nicolasa había heredado de su madre ciertas prendas que valen más que los bienes de fortuna, porque los conservan, si los hay, y suelen proporcionarlos, si no los hay. Tenía don de mando y don de gentes, extraordinaria energía de voluntad y perseverancia en sus planes.

Nicolasa entonces repitió los cogotazos; añadió al tirón de las narices unos cuantos tirones de las orejas, y Tomasuelo pensó que se le llevaban al paraíso y que era el más feliz de los mortales.

Los preliminares amorosos de Nicolasa, que estaba entre los veinte y los treinta años de su edad, habían sido ya innumerables. Todos sus amores habían muerto al nacer. Á los pretendientes encopetados los había Nicolasa despedido, apelando al cura. Á los pretendientes de su clase los había desdeñado cuando ya llegaban á lo serio y hablaban del cura ellos mismos.

V., en cambio, me tendrá al corriente de todo. ¿Es verdad que me lo dirá V. todo? , dijo el Comendador teniendo que mentir por segunda vez. Luego prosiguió: Lucía, has dicho una cosa que me interesa. ¿Qué clase de amoríos das á entender que hubo ó hay entre D. Casimiro y esa bella Nicolasa? Nada, tío... ¿No lo he dicho ya? Fueron antes del noviazgo con Clarita.

Palabra del Dia

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