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Algunos se acercaron al lagar, penetraron en él y departieron con los labradores que allí estaban; otros pasearon debajo de los árboles hasta los confines de la pomarada. El señor de las Matas fué uno de ellos. Enfrascado en sus meditaciones clásicas y repitiendo en voz baja la hermosa égloga primera de Virgilio caminó paso entre paso por la finca.

Que matas a los profetas, y apedreas a los que son enviados a ti, ¡cuántas veces quise juntar tus hijos, como la gallina sus pollos debajo de sus alas, y no quisiste! 1 Y aconteció que entrando en casa de un príncipe de los fariseos un sábado a comer pan, ellos le acechaban. 2 Y he aquí un hombre hidrópico estaba delante de él.

La amargura de los celos le acibaró el corazón; las lágrimas brotaron en abundancia de sus ojos. Cuando vió á solas á Nicolasa, con los ojos encarnados de llorar y con voz trémula le dijo: ¿Conque cedes al amor de D. Casimiro? ¿Conque vas á casarte? ¿Conque me matas? Calla, tontito mío, contestó ella. ¿Á qué vienen esas quejas? ¿Te he engañado yo jamás? No; no me has engañado.

¿Qué antiguallas estás ensartando ahí, querido primo? exclamó el Sr. de las Matas con sonrisa irónica. ¡Que somos felices con nuestras castañas y nuestro ganado!

En el Cabo de Matas es peligrosa la navegacion de noche en la cercania de la tierra, á causa de las islas, que salen mucho al mar, y la de mas afuera es la mas baja. Tambien es poco segura la costa desde la isla de los Reyes hasta San Julian, por lo cual conviene en esta altura navegar á buena distancia de tierra.

Y los conspicuos, al ver la general desbandada, reían llenos de lástima y excitaban al maquinista para que hiciese más ruido, gozándose como los antiguos conquistadores con el espanto que su paso producía. Sentado allá en el templete griego de su fundo de Arbín, entre Pan y las Ninfas, D. César de las Matas también oyó el ronquido estridente de la máquina.

D. Prisco se dejó caer de rodillas á su lado, para recoger su último aliento y enviarlo á Dios con el perdón de sus pecados. El capitán, teniendo á su hija desmayada entre los brazos, lloraba como un niño. En aquel momento, el noble hidalgo D. César de las Matas de Arbín se irguió arrogante en medio del campo.

Y avanzando con el fusil amartillado hacia el matorral, observó con asombro que iba retrocediendo, de manera que lo tenía siempre a igual distancia delante de . ¿Era un engaño de la vista o aquellas plantas estaban dotadas de movimiento? El joven, en el colmo de la sorpresa, apretó el paso; pero la distancia no disminuía, sino que más bien aumentaba. ¡Tío! exclamó . ¡Estas matas huyen!

El pulso está perfectamente tranquilo. Reposo, María, reposo. Te matas a fuerza de trabajo. Hace algún tiempo que tus nervios se irritan de un modo extraordinario. Tu sistema nervioso se resiente del impulso que das a los papeles. No tengo la menor inquietud, y así me voy a velar un enfermo grave.

Aún cuando todo eso fuera verdad, aún cuando existiese en nuestro país una señorita que requebrase á un toro con el epiteto de amado, y matas que ocultaran facinerosos, y dedales que sirviesen de jícaras, y puñales que á manera de ligas, decorasen las medias de la Manola de Madrid; aún cuando realmente existiera ese enjambre de desatinos, esa porcion de sueños extravagantes y risibles de una imaginacion que tiene fiebre; pues, , señor Dumas, mi muy querido novelista señor Dumas; aún cuando todo eso existiese en España, creo que seria menos malo que lo otro que existe en Paris, menos malo tambien que la calentura que usted padece de decir, de contar poéticas graciosidades, á fin de embaucar á sus paisanos, para que le escuchen con la boca abierta, y aflojen los sueldos de la suscricioncilla.