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Actualizado: 7 de junio de 2025


Hubo brindis en prosa y en verso, discursos y epitalamios; se rió, se cantó y se disparató. Un soplo de alegría desenfrenada corría por la pomarada levantando todas las cabezas, enronqueciendo todas las gargantas. Tan sólo el señor de las Matas de Arbín se mostraba taciturno y reservado.

En el piso bajo veíanse unas rejas, por entre cuyos hierro salían matas de tiestos, colocados dentro en una tabla. La casa hacía esquina, y el cuarto bajo a que correspondían las rejas tenía por la otra calle una tienda con dos vitrinas. Pero esto no se veía desde el balcón de Miquis, aunque se adivinaba, mirando un rótulo que en áureas letras decía: Castaño, ortopedista.

En la pendiente opuesta al camino, interrumpido por este espacio, cuarenta y cinco encinas seculares, olvidadas por los leñadores, forman un grupo sin orden y a bastante distancia una de otra, cerca de la torrentera. Los brezos de color rosado, violeta y blancos, tapizan con un tejido tan aterciopelado y variado como la lana de Esmirna los espacios que hay entre las matas.

Y por último halló unas matas que tenian una especie de fruta redondita y negra, con lo que se mantenia trabajosamente: y aunque bajaba á la costa á su pesca de lobos marinos, ya no los habia.

Estas palabras profirió el Sr. de las Matas de Arbín, dejando, como siempre, asombrados y confusos á sus oyentes, que casi nunca medían el alcance de su discurso, concertado y elegante. «Mi primo César es un pozo de ciencia», solía decir el capitán. Y en efecto, lo era; no hay que dudarlo.

En invierno, cuando todo está cubierto de nieve, su piel es tan blanca como los copos: en primavera, cuando matas y guijarros aparecen á trechos entre la capa de nieve, el pelaje del animal se matiza con manchas grises: en verano, es del color de las piedras y del césped abrasado, y después, en otro brusco cambio de estación, cambia también bruscamente de pelo.

Veo a los piratas que avanzan hacia nosotros dijo Cornelio. ¡Preparad las armas! Si prenden fuego a los horcones de la casa, estamos perdidos: ¿los ves, Cornelio? Están ocultos detrás de aquellas matas. ¡Ah! Una cosa que ardía se elevó del sitio señalado y vino a caer, lanzando chispas, en la parte anterior del corredor.

Todo esto que don Quijote decía escuchaba un escudero de los que el coche acompañaban, que era vizcaíno; el cual, viendo que no quería dejar pasar el coche adelante, sino que decía que luego había de dar la vuelta al Toboso, se fue para don Quijote y, asiéndole de la lanza, le dijo, en mala lengua castellana y peor vizcaína, desta manera: -Anda, caballero que mal andes; por el Dios que crióme, que, si no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno.

El descenso no es siempre fácil, desgraciadamente; se da vueltas con la cuerda alrededor de mismo, se enreda en las matas de helecho, que el peso del cuerpo rompen, se choca varias veces contra la roca llena de asperezas, y con la ropa se enjuga el agua fría que las paredes rezuman.

Viajemos á capricho lejos de las matas gramíneas que se balancean á nuestro lado á la otra parte de los álamos que hacen sombra á la fuente, y de los surcos que rayan la falda de la colina; más allá todavía de las ondulaciones vaporosas de las crestas que marcan las fronteras del valle y de los blancos jirones de nubes que festonean el horizonte.

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