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Actualizado: 7 de junio de 2025


Ya me está dando a mala espina ese señor de Ponte, que es un viejo verde muy zorro y muy tuno. Tal para cual, pues también las matas callando... No pienses que me engañas, hipócrita... Al cabo de la vejez, te da por la disolución, y andas de picos pardos. ¡Qué cosas se ven, Señor, y a qué desarreglos arrastra el maldito vicio!... Te callas: luego es cierto.

Los balcones del principal eran fiel remedo de los jardines colgantes de Babilonia, porque había en ellos muchos tiestos con flores, muchas matas que estaban en camino de ser árboles, juntamente con tres jaulas de codornices y dos reclamos, que por la noche daban armonía á toda la calle. En medio de esta selva y de estos gorjeos se veía una muestra de Prestamista sobre alhajas.

, hija de mi alma, te quiero más que a mi vida... Perdóname. Yo también te quiero a ... ¡A ellos no! Antes quería a madrina, pero ahora no... ¡Me ha pegado tanto! ¡Si supieras!... Me mordía, me arañaba, me arrastraba por el suelo, mandaba a Concha que me azotase con la ballena, me ataba con una cuerda como a los perros... ¡Calla, calla, que me matas! profirió Luis sollozando.

Está bien; pero si no lo matas, perderás la cabeza. Al día siguiente Don Juan Bolondrón se preparó bien y salió a buscar el jabalí. Estaba tiritando de miedo. Era 30 bastante valiente para matar moscas pero no para matar jabalíes. Este día el jabalí era más feroz que nunca, porque en tres días no había comido nada. Juan empezó a pensar en el mejor modo de matar el animal.

Agachándose pudo distinguir las huellas de los pequeños pies en la nieve inmaculada, y siguió su rastro hasta las matas de retama. «¡Ma-ma!», repitió la criatura varias veces, echándose hacia adelante, como para escapar de los brazos del tejedor antes de que éste, que tenía un arbusto por delante, viera que había allí un cuerpo humano, cuya cabeza estaba profundamente hundida entre las ramas y a medias recubierta por la nieve levantada por el viento.

La casa del señor de las Matas era de piedra amarillenta y carcomida, cuadrada, de un solo piso; grandes balcones de hierro forjado, enorme puerta claveteada formando arco; más antigua y más señorial que la de don Félix, pero también más pobre.

Comprendo el amor y el respeto que mi querido tío D. Félix y el señor de las Matas de Arbín sienten por el pasado; pero no quisiera que ese amor les arrastrase á privar á este valle de lo que tiene derecho á alcanzar, mayor bienestar para sus hijos y un puesto en la civilización.

Y allí prosiguieron los cánticos, los brindis y los discursos filosófico-sociales de Antero. Mas he aquí que cuando más vivo era su entusiasmo y mayor el ruido, ven aparecer de lejos la figura estrafalaria del señor de las Matas de Arbín. Venía D. César montado en un jamelgo escuálido.

Entró resueltamente en el pequeño jardín, y le pareció distinguir sobre unas matas el rostro azorado del jardinero asomando un momento para volver á ocultarse con precipitación... ¡Algo rara la curiosidad de este hombre y su gesto despavorido! Pero huía, y el príncipe alabó su prudencia. Fué subiendo, con palpitaciones de emoción, los cuatro escalones de la puerta.

Paseándose un dia Cunegunda en los contornos de la quinta por un tallar que llamaban coto, por entre unas matas vio al doctor Panglós que estaba dando lecciones de física experimental á la doncella de labor de su madre, morenita muy graciosa, y no ménos dócil.

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