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Actualizado: 7 de junio de 2025


Y, estando comiendo, a deshora oyeron un recio estruendo y un son de esquila, que por entre unas zarzas y espesas matas que allí junto estaban sonaba, y al mesmo instante vieron salir de entre aquellas malezas una hermosa cabra, toda la piel manchada de negro, blanco y pardo. Tras ella venía un cabrero dándole voces, y diciéndole palabras a su uso, para que se detuviese, o al rebaño volviese.

Tenía en la cara dos lindos lunares, que parecían dos matas de bambú en un prado de flores. Sus ojos, grandes y fulmíneos, relampagueaban más merced al cerco obscuro con que había ella pintado los párpados. Su talle era majestuoso a par que ligero y flexible. En resolución, todo el porte y el aspecto de aquella dama denotaban que era una lionne, una verdadera notabilidad de la corte.

Es perfecto dijo la joven, para aquellos a quienes divierte. Yo prefiero gozar pacíficamente del encanto de los bosques y de la conversación, mejor que registrar las matas como si estuviese oculto en ellas algún hurón. También era esta la opinión del capitán.

Mientras tanto el señor de las Matas avanzaba al paso lento, majestuoso de su rocín. Cuando estuvo cerca de la reunión se llevó la mano al sombrero y les hizo un gentil saludo, mezcla de la exquisita urbanidad de la corte de Luis XIV con la afable gravedad de los tiempos heroicos de la Grecia. Aquellos bárbaros no comprendieron su delicadeza y les produjo risa.

No se mueva usted, no se mueva usted gritaba don Víctor, haciendo aspavientos debajo de la barquilla, y probablemente viendo lo que a Obdulia, en aquel trance a lo menos, no le importaba mucho ocultar. No te muevas, no te muevas, mira que si te caes te matas... decía Paco, que buscaba algo para desenganchar el columpio.

Ora andando, ora parándose a reposar, se le pasó todo el día y llegó su segunda noche de vagabundo. No sabía dónde se hallaba; pero creyó que se despertaba en él una vaga reminiscencia de aquellos sitios. Era una dilatada dehesa o coto, donde había de haber abundancia de conejos y liebres. El terreno era quebrado y cubierto de matas o monte bajo.

¿Qué quieres que hiciera?... a no matarla... No quedaba otro remedio: así se lo he dicho ¡voto a!... ¿Y qué ha respondido? Esto: «Si me matas, tanto mejor. No iré a BarègesEl razonamiento no puede ser más lógico. Es una testaruda, lo repito; una cabeza de hierro. Hay que confesar, sin embargo, que sin ese defecto sería la mejor de las mujeres.

El balcón caía sobre un huerto del mismo ancho que aquella fachada de la casa, y muy poco más de largo, con sus correspondientes inclinaciones hacia ella y hacia el río; una docena de frutales en esqueleto; un cuadro de repollos medio podridos; algunas matas de ruda, de mejorana y de romero; un rosal vicioso y en barbecho lo demás; un muro viejo para cercarlo todo; y por encima del muro, surgiendo las moles de un negro anfiteatro de fragosos montes, que allá se andaban en altura con el peñón de la derecha, que formaba parte de él.

De los caídos nadie se cuidó. Unos pedían agua, otros murmuraban nombres de mujeres; pero sus gritos fueron acallados por el rápido pisar de los que huían, brincando entre las matas y removiendo pedruscos que bajaban rodando hasta el barranco.

Pero yo no quiero que usted tenga mala idea de ... ¡Cuántas cosas le habrán a Vd contado! ¡Que soy interesada, codiciosa, egoísta, fría, insensible hasta el punto de que por mi culpa se suicidara un hombre! Vamos, que casi le puse yo el revólver en la mano, diciéndole. «Anda hijo, ¿a que no te matasPues no me remuerde la conciencia.

Palabra del Dia

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