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Cuando el duque, que era el que había hecho rechinar aquella puerta, entró en el aposento de doña Juana, se encontró á esta vestida de blanco de los pies á la cabeza, más hermosa que nunca, pero terrible. Doña Juana tenía un pistolete amartillado en la mano, y apuntaba con él al pecho del duque, á dos pasos de distancia.

Y avanzando con el fusil amartillado hacia el matorral, observó con asombro que iba retrocediendo, de manera que lo tenía siempre a igual distancia delante de . ¿Era un engaño de la vista o aquellas plantas estaban dotadas de movimiento? El joven, en el colmo de la sorpresa, apretó el paso; pero la distancia no disminuía, sino que más bien aumentaba. ¡Tío! exclamó . ¡Estas matas huyen!

Los ejemplos de Séneca, Marat, y otros hombres notables que murieron violentamente en el baño, no lograron darla ninguna amenidad, quizá porque no tuviese noticia de ellos. El marqués avanzó con el revólver amartillado, diciéndole: ¿Qué dirían en Madrid? ¿eh? ¿qué dirían? Castro se sitió penetrado de frío como si estuviese metido entre hielo y no en agua tibia.

La maleza crujía bajo sus pasos y detrás se oían las zancadas de Agapo, que venía persiguiéndole; Quilito se acurrucó al pie de un sauce, se quitó el sobretodo claro, que podía denunciarle, y esperó, el revólver amartillado en la mano... Agapo llegó, pasó y se alejó, rastreando la caza, gritando desesperado: ¡Quilito! ¡Quilito!