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El cielo seguía tan plácido y sereno como antes, y en medio de él la luna, que acababa de alumbrar con su luz tibia y poética aquella lucha desigual, seguía esparciéndola sobre la comitiva, que ascendía lentamente por la carretera y sobre el lívido y destrozado cadáver que dejaban atrás, encima de la roca.

Bien comprendía que las señoras le estaban mirando y no con gran benevolencia. Al cabo de un rato, como en realidad no podía ni tenía deseo de conciliar el sueño, se alzó del asiento y se asomó a la ventanilla. La noche era clara y tibia; la vasta llanura erizada de lomas se extendía debajo de un cielo tachonado de estrellas.

Casi hacía calor, aunque era el mes de Marzo. Rafael, habituado al viento frío de Madrid y a las lluvias de invierno, aspiraba con placer la tibia brisa que esparcía el perfume de los huertos por las estrechas callejuelas de la ciudad vieja.

Rafael estaba en el balcón, junto a Leonora, con la mirada perdida en la obscuridad, arrullado por la música de aquella voz, que con marcado interés le hacía preguntas sobre el desesperado viaje por el río. La finura de aquella capa que le envolvía, dábale la sensación de una epidermis satinada y tibia.

Durante tres días permaneció Gallardo sometido a operaciones atroces, rugiendo de dolor, pues su estado de debilidad no le permitía ser anestesiado. De una pierna le extrajo el doctor Ruiz varias esquirlas de hueso, fragmentos de la tibia fracturada.

Brillaban las acequias, reflejando el dulce sol de la tarde, y por el espacio pasaba la tibia respiración de la primavera impregnada de perfumes y rumores. Bolsón iba contento. Cien veces le habían prometido el indulto, pero ahora era de veras. Su admirador y escudero le oía silencioso. Vieron en el camino una pareja de la Guardia civil, y Bolsón la saludó amigablemente.

La piedra que me servía de pupitre estaba tibia; los lagartos se paseaban casi al alcance de mi mano tomando el sol. Los árboles, que ya no eran del todo verdes, el día menos caluroso, las sombras más dilatadas, el ambiente tranquilo, todo hablaba con el encanto del otoño, época de declinación, de desfallecimiento y de odios.

Orad, hermanos míos, orad por los opresores sacrílegos, pero no maldigáis a los que combaten. Nosotros tenemos sólo fe, quizá fe tibia: ellos, como quería el Apóstol, juntan las obras a la fe.

Quitó el codo de la mesa y apoyó en ella los dos brazos cruzando las manos, entre cuyos dedos oprimía el cigarro, cargado con una pulgada de ceniza; inclinó un poco la cabeza, con cierto misticismo báquico, y con los ojos levantados a la luz de la araña, con palabra suave, tibia, lenta, comenzó la confesión que oían sus amigos con silencio de iglesia.

Bajo el cielo límpido y tachonado de estrellas, parecía que flotaba un grito de odio y de venganza. Y dentro de aquella tranquilidad, y de aquella atmósfera tibia y serena, unos hombres, verdaderos condenados, maldecían la vida que se arrastraba para ellos en el sufrimiento y la miseria, sin esperanza. El vigilante enseñó á Tragomer la cordelería y le dijo: Ahí tiene usted la casa.