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Era el 10 de abril, día glorioso dos veces en los anales de la historia cubana, cuando se echaron al mar esos hombres magníficos; y el 11, a pocas millas de la costa, detiene el vapor que los conducía su marcha, bajan la escala, echan al agua uno de sus botes y en él se instalan los seis expedicionarios «con gran carga de parque y un saco con queso y galletas». Y a las seis horas de remar, bajo un cielo negro y tenebroso, arrullado por olas alborotadas, caen sigilosos sobre la costa de Cuba, llenos de una dicha superior al peligro que habían corrido y que habían de correr.

Llegaba a las nueve de la noche indefectiblemente, tomaba Le Figaro, después The Times, que colocaba encima, se ponía las gafas de oro y arrullado por cierto silbido tenue de los mecheros del gas, se quedaba dulcemente dormido sobre el primer periódico del mundo. Era un derecho que nadie le disputaba. Poco después de morir este señor, de apoplejía, sobre The Times, se averiguó que no sabía inglés.

Desde la ventana se descubría toda la llanura, toda Villanueva y hasta la alta mar, y me dormía escuchando el rumor del viento en los árboles y el ronquido de las olas que había arrullado a Domingo en la niñez. Al día siguiente todo recomenzaba como el anterior, con la misma plenitud de vida, la misma exactitud en las distracciones y en el trabajo.

Pero, en cambio, ¡qué facilidad!, ¡cómo brotan de su pluma las descripciones brillantes, los cuadros elegantes! El lector nota que se encuentra en presencia de un artista del estilo, y arrullado por el encanto que le produce la magia de la frase, se deja llevar por donde quiere el autor, y prefiere ver por sus ojos y oír por sus oídos.

Se acordaba de su Jáuregui y de las cosas oportunas y sapientísimas que este decía sobre todo desgraciado que se metía con curas, pues era lo mismo que acostarse con niños. «Y no aprenderá pensaba doña Lupe ; todavía es capaz de volver a las andadas, y de ir allá a quitarle motas al zángano de Carlos Siete. ii Durmiose Maxi aquella noche arrullado por la esperanza.

Luna frecuentó las reuniones de casa del campanero. Acompañaba a su sobrina gran parte de la mañana arrullado por el tictac de la máquina, que le producía una dulce somnolencia, viendo cómo la tela pasaba bajo la aguja a pequeños saltos, esparciendo ese perfume químico de los tejidos nuevos. Contemplaba a Sagrario, siempre triste, entregada al trabajo con tenacidad taciturna.

El canal termina entre manglares para perderse en las ondas cristalinas de la bahía, sumamente prolongada hácia el interior; la brisa del Atlántico sopla con vigor; la ancha vela del bote se desplega y flota de proa á popa; el horizonte se ensancha; las aguas toman el olor, el color y la aspereza de las aguas marinas; los remos dejan de agitarse; el tiburon persigue implacable á ejércitos de peces primorosos; las colinas de la costa se ofrecen á la vista; se siente el sordo y lejano mugido del mar; el mundo de las selvas acaba, el del abismo infinito comienza; y al fin, surcando una bahía de admirable belleza, que ensancha el corazon y da la primera nocion de la majestad del Océano, el viajero ve á Cartagena, bella, melancólica, romántica, sentada entre dos bahías, como una garza nadando en el Atlántico; y el Colombiano, el Granadino, amante de la libertad y de las glorias de un pueblo heróico, no puede menos que levantar la voz y saludar á la vieja y noble ciudad, diciéndole con el arrebato de la admiración; «Salve, gloriosa Cartagena, tierra del heroismo supremo y la abnegacion, cuna de poetas y mártires, sepulcro arrullado por las ondas, escombro de la opulencia que fué para no resucitar sino en un lejano porvenir

Para llevar tapis hay que nacer á las orillas del Pasig, como para terciarse una mantilla no hay más remedio que comer las papillas acariciado por las brisas de Sierra-Nevada, dormir arrullado por las palmas y el polo gitano, despertar con el alegre volteo de la campana de la Vela, saber beber manzanilla, y en fin, y ¡viva mi tierra! haber nacido en aquel pedazo de cielo que se llama Andalucía.

No bien Fausto se recobra de sus violentas emociones, merced a un sueño mágico, arrullado por cantos de genios y de ninfas, en un fertilísimo y ameno vergel, las mencionadas aspiraciones empiezan sucesivamente a realizarse, hasta donde la condición finita de Fausto y del mundo lo consiente.

Muchas veces dormía allí su siesta debajo de un tilo, arrullado por el glu glu del riachuelo. Otras veces cuando el sol trasponía por encima de la colina solía tenderse de espaldas sobre el césped y pasar largo rato contemplando los abismos azules del cielo.