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En su entusiasmo por el vocablo hubiera declarado morbosa a la misma madre que lo había parido. Nada nuevo, pues, le decía Moreno. Muy de antemano sabía ya el ilustre fisiólogo que el arte y el misticismo eran elementos morbosos del organismo social. Lo eran también otra porción de cosas que Moreno no sospechaba siquiera.

Respirábase una atmósfera donde se mezclaba el sosiego, la mojigatería, el bienestar físico, el misticismo, la soledad y la riqueza, que no sabría decir si la hacía grata o desagradable. No era de esas estancias que acusan al instante los gustos, la vida y hasta el carácter de sus dueños.

Del misticismo, por mucho que le pusiese en prensa allá en la mente, no sacaba ningún tertuliano el amor, sino un adjetivo, un epíteto, un atributo del amor.

Roma el derecho civil; la Palestina el misticismo y la teología sobre la doctrina de la caída del hombre en el Paraíso por la pérdida de la inocencia, que coloca el estado de perfección en el comienzo de la especie, y que es exactamente el reverso de la teoría moderna de la evolución o del progreso incesante y continuo, y que la Inglaterra ha creado, por otras vías y en el mismo transcurso del tiempo, las instituciones representativas, de que disfrutan en la actualidad todos los pueblos civilizados, en la medida de su capacidad para las necesidades y las tendencias del tiempo, como diría Emerson.

Ha caído en un misticismo extraordinario, hasta el punto de edificar con su piedad al capellán. Si el señor gobernador le dejase libertad para ello y los reglamentos lo permitieran, se haría cura... Nos hemos visto obligados á separarle de los demás penados, que le colmaban de injurias y de malos tratamientos y hubieran acabado por matarle, tomándole por un espía destinado á denunciarles.

Sus comedias religiosas, á lo menos, apenas merecen la más ligera alabanza: distínguense por su falta completa de buen gusto, por el absurdo y exagerado misticismo, peculiar de ordinario de este linaje de composiciones, aunque sin la osada fantasía, que las sublima, conciliando lo extraño con lo maravilloso.

Estos místicos a la española, de un misticismo orgulloso y dominador, en vez de elevar los ojos al cielo para dejarse absorber por su grandeza, tiraban del cielo y lo hacían bajar hasta ellos, viendo en cada acto de su energía individual una chispa de la voluntad de Dios encarnada en sus personas.

Sus espíritus parecían vagamente abismados en la contemplación no lograda de algo que incompletamente deseaban, mostrando quietud sin recogimiento y misticismo sin poesía. Sus cuerpos eran figuras de cuadros modernísimos.

Al recuerdo de su agravio sintió Maximiliano en su alma una reacción brusca contra aquel misticismo recién aprendido, más hijo de la necesidad que de la convicción. «Esto me parece prematuro» dijo, y salió de la sala. Pronto se le reunió su tía en el despacho, y le dijo: «Me parece bien tu severidad.

Sin tener fe ni dejar de tenerla, acostumbrada ya a no pensar en aquellas grandes cosas que la volvían loca, Anita Ozores volvió a las prácticas religiosas, jurándose a misma no dejarse vencer ya jamás por aquel misticismo falso que era su vergüenza. «La visión de Dios.... Santa Teresa.... Todo aquello había pasado para no volver.... Ya no le atormentaba el terror del infierno, aunque se creía perdida por su pecado, pero tampoco la consolaban aquellos estallidos de amor ideal que en otro tiempo le daban la evidencia de lo sobrenatural y divino».