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Cipriano y Lactancio acusan á los mismos de enseñar el adulterio y la lujuria ; Tertuliano llama á los teatros templos de Venus y de Baco, escuela de inmoralidad y de deleite , y Crisóstomo pinta con colores no menos sombríos las compañías de actores de su tiempo.

A falta de otros méritos decían de él los de la casa: «Ese es de los pocos que vienen aquí de verdad». Su nombre no figuraba gran cosa en el extracto de las sesiones, pero no había empleado, periodista o tertuliano de la clase de caídos que al ver el apellido de Brull invariablemente en la lista de todas las comisiones que se formaban, no dijera «¡Ah! : Brull el de Alcira».

Otro «milagro» que jamás quiso explicarse Facia por la oficiosa intervención de algún mal informado tertuliano de la cocina, en la incesante comunicación que hubo aquella noche entre ella y el pueblo, no obstante lo duro y hasta peligroso del temporal.

En efecto Priscila, y Maxîmila tuvieron por revelaciones divinas los errores del Herege Montano, y creian que les hablaba el Espíritu Santo, y les fué facil comunicar el contagio de su depravada fantasía á un varon tan ilustre como Tertuliano, porque hallaron en él una imaginacion fecunda, y superior al juicio.

Del misticismo, por mucho que le pusiese en prensa allá en la mente, no sacaba ningún tertuliano el amor, sino un adjetivo, un epíteto, un atributo del amor.

A ver, hermana, si aprende usted pronto eso que le he dicho sobre la gracia eficaz. ¿Pero está preso? añadió Clara con más miedo. Preso, , y no lo soltarán tan pronto. Pero está usted inmutada ... Ya, le tiene compasión, y es natural. La compasión á los semejantes es una de las virtudes que más recomienda Tertuliano. Usted está pálida, hermana. Pero, ya: es efecto de la compasión. Voy á rezar.

Digno es de leerse sobre esto TERTULIANO en su Apología, cuya obra ya hemos dicho es merecedora de alabanza; y es bien sabido, que S. AGUSTIN escribió los libros de la Ciudad de Dios, con el ánimo de rechazar semejantes sofisterías de los Gentiles.

Y mucho menos si yo les digo: «reparen ustedes que el hombre de mi ejemplo no tiene obligaciones que cumplir allí, ni debe una peseta al padre, ni está enamorado de la hija, ni Cristo que lo fundó; que no es más que un tertuliano de la casa y un amigo que pasea a menudo con los señores de ella, no desde el principio de los tiempos, sino de dos meses acá; que si no ha concurrido a las dos últimas tertulias del anochecer, es porque a esas mismas horas ha tenido ocupaciones de importancia en la botica de su padre, que le da el pan de cada día; que ese hombre jamás ha conocido el mal humor, ni tomado en serio cosa alguna de tejas abajo y de puertas afuera; que rebosa de vida y de salud, y que nada teme, ni nada debe, ni nada envidia... Por último, ese hombre existe en carne y hueso; y soy yo, Leto Pérez, el hijo del boticario de Villavieja, y boticario también.» Y entonces los sabios me contestarían, por poco sabios que fueran: «pues Leto Pérez, el hijo del boticario de Villavieja, no tiene sentido común.» Y no le tengo, ¡carape! no le tengo, y a eso iba; pues le tuviera, no me sucedería lo que me sucede; porque a un hombre de sentido común no puede sucederle eso más que en un caso, y yo niego ese caso; y no solamente le niego, sino que la suposición de él me parece el más enorme de los absurdos, y además una irreverencia... ¡qué digo irreverencia? un sacrilegio.

No pasaba todavía el hijo del boticario de ser un tertuliano satisfecho y un amigo diligente y afectuoso de los señores de Bermúdez, para andar con ellos por los caminos trillados en que se le ponía para que anduviera; pero esto solo, que en absoluto parece tan poca cosa, en un hombre como él acusaba unas modificaciones internas de mucha hondura.

Pero en Tertuliano no era solo fuerte la imaginacion, sino vehemente, pues se le imprimian tan fuertemente las cosas, que arrastraban al juicio, y por la vehemencia las persuadia facilmente á los demas.