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Había muchos ojos que los miraban y la señorita Priscila estaba muy contenta de que ella y su padre se hubieran encontrado, al llegar en coche a la puerta de la Casa Roja, a tiempo precisamente para ver aquel lindo espectáculo. Habían ido a acompañar a Nancy ese día, porque el señor Cass se había visto obligado, por razones particulares, a ir a Lytherley.

Después de las primeras preguntas y los primeros saludos, Priscila se volvió hacia Nancy y la contempló de pies a cabeza; después la hizo dar media vuelta para convencerse de que, vista de espaldas, estaba igualmente irreprochable. ¿Qué pensáis de estos vestidos, tía Osgood? dijo Priscila, mientras Nancy la ayudaba a quitar la saya.

¡Oh! ¡No tenéis absolutamente la intención de hacer esa tontería! dijo Priscila doblando el vestido que acababa de quitarse y colocándolo en la caja . ¿Para quién habría trabajado yo entonces, cuando muera nuestro padre, si se os pone en la cabeza quedaros solterona, porque ciertas personas no son mejores de lo que debieron ser?

¡Ah! no, gracias dijo Nancy fríamente, así que se dio cuenta a donde la llevaba . Voy a esperar aquí hasta que Priscila pueda venir a buscarme. Siento haceros salir del baile y causaros una molestia. Pero allí estaréis completamente sola respondió el astuto Godfrey . Voy a dejaros allí hasta que llegue vuestra hermana. Dijo aquellas palabras con acento indiferente.

En un contrato de compra y venta en el año de 268, vemos á la rica y joven viuda Priscila comprando una bonita esclava en la flor de su edad, y pagando por ella cinco mil dracmas. Como ya la muchacha había pertenecido á un oficial de caballería, llamado Aurelio Coluto, no es muy de creer que su inocencia inmaculada entrase por mucho en tan subido precio.

Me ponen fuera de estos hombres con su manera de proceder dijo Priscila impetuosamente ; siempre y siempre están deseando algo y nunca están contentos con lo que tienen.

La señora Osgood aprovechó la coyuntura para ponerse de pie y decir: Bien, sobrina, vosotras nos seguiréis. Las señoritas Gunn han de estar deseosas de bajar. Hermana mía le dijo Nancy a Priscila cuando estuvieron solas , habéis ofendido sin duda alguna a las señoritas Gunn. ¿Por qué, hija mía? respondió Priscila bastante alarmada.

En efecto, el pequeño trozo de cerdo era un regalo de la excelente dueña de casa, la señorita Priscila Lammeter, a quien había ido a llevar aquella tarde una linda pieza de hilo, y era sólo en tales circunstancias que Marner se permitía comer carne asada. La cena era su comida favorita, porque coincidía con la hora deliciosa para él en que le alegraba su contemplado tesoro.

En verdad, lo está, doctor respondió Priscila ; sin embargo, garantizo que la próxima será tan buena como ésta. Mis pasteles de cerdo no salen buenos por casualidad. No sucede así con vuestras curas, ¿verdad, Kimble?

¡Oh! ya conozco dijo Priscila con una sonrisa sarcástica esa manera de ser de las mujeres casadas; os incitan a hablar mal de sus maridos y luego se vuelven contra vos y os hacen el elogio de esos señores, como si los tuvieran para vender. Pero papá debe estarnos esperando; volvámonos.