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Las narices. Un dia que volvia del paseo Azora toda inmutada, y haciendo descompuestos ademanes: ¿Qué tienes, querida? le dixo Zadig; ¿qué es lo que tan fuera de te ha puesto? ¡Ay! le respondió Azora, lo mismo hicieras , si hubieses visto la escena que acabo yo de presenciar, Habia ido á consolár á Cosrúa, la viuda jóven que ha erigido, dos días ha, un mausoleo al difunto mancebo, marido suyo, cabe el arroyo que baña esta pradera, jurando á los Dioses, en su dolor, que no se apartaria de las inmediaciones de este sepulcro, miéntras el arroyo no mudara su corriente.

Andaba con gran cautela, y sus delicados pies parecía que apenas esfloraban los ladrillos del piso. Volvió a pasar junto a , dirigiéndose a la escalera, pero retrocedió otra vez. Está loca pensé se dispone a salir sola. Sin duda él le espera en la calle. La muchacha descendió dos o tres peldaños, y tornó a subir. Entonces observé claramente su rostro; estaba muy inmutada.

En aquel momento sonó la campanilla y Leocadia corrió a abrir. Era doña Manuela, que al hallarse frente a Pepe se sintió inmutada. ¿De qué color era la casulla? le preguntó él bromeando. ¿Y por qué te quedas así, mamá? ¡Ni que fuera yo un guardia civil! ¡Como tienes esas ideas! No vayas a pensar que me enfado: ni tengo derecho, ni hay por qué.

A ver, hermana, si aprende usted pronto eso que le he dicho sobre la gracia eficaz. ¿Pero está preso? añadió Clara con más miedo. Preso, , y no lo soltarán tan pronto. Pero está usted inmutada ... Ya, le tiene compasión, y es natural. La compasión á los semejantes es una de las virtudes que más recomienda Tertuliano. Usted está pálida, hermana. Pero, ya: es efecto de la compasión. Voy á rezar.

¡Clara! dijo doña Paulita con la expresión de estupor y gravedad del que hace un gran descubrimiento. ¿Sabe usted que su consejo es muy sabio? No creí yo ... Es verdad. Eso ¿por qué ha de ser malo? Yo siento ahora que tengo necesidad de ... salir, de andar, de respirar.... , es preciso. Estaba inmutada. Parecía que en su espíritu y en su organismo se verificaba una crisis muy transcendental.

Aurora, al verla, se quedó tan inmutada, que no supo ni qué decir ni qué cara poner. «¡Ah!... , Fortunata... ¡Cuánto tiempo...!». De improviso tomó un tonillo de sequedad. «Dispensa... Estoy ocupada. Si quisieras volver a otra hora...». Pero al instante cambió de registro. «¡Qué cara te vendes! ¿Has estado mala?».

Tan plenamente exclamó Artegui soltando la rama de mimbre y asiendo la mano de la niña , que ahora me confirmo en creer que los seres puros poseen cierta presciencia, cierta intuición maravillosa y singularísima, negada a los que conocemos, en cambio, el triste misterio del vivir. Lucía, seria e inmutada, miraba a su compañero de viaje.