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Sin dejar su humilde traje de beata, pero, con extremada, pulcra e inconsciente diligencia, peinado el undoso cabello y acicalada toda su gentil persona, La Caramba acudió de diario a rezar en la iglesia de Capuchinos y a pasar allí largas horas.

Luego, reprimiendo su asombro, agrega dulcemente: El Señor os conduce, niña santa. ¿Qué labios podrán rezar mejor que los vuestros por el alma de este difunto? ¿Quién era...? pregunta Rosa, observando el rostro del muerto. A punto fijo, no lo yo tampoco responde el religioso.

Ya torna al pecho la perdida calma. ¡Tambien yo rezar... ¿Sabes qué rezo? ¡Tu nombre nada más, madre del alma! Me han contado de un hombre que vivía contento únicamente cuando oía, ya fuese á una voz sola, ó más, ó un coro, ó instrumento sonoro, cualquiera melodía; daba por una nota el mundo entero... Y perdió la aficion desde aquel dia en que oyó á una mujer decir: «Te quiero».

Aquí cerca mataron un hombre, ¿verdad? Donde está la cruz de madera. ¿Por qué fue, señorito? ¿Alguna venganza? Una pendencia entre borrachos, al volver de la feria respondió secamente don Pedro, que se hacía todo ojos para inspeccionar los matorrales. La cruz negreaba ya sobre ellos, y Julián se puso a rezar el Padre nuestro acostumbrado, muy bajito.

A Santa Isabel, después de sus prodigiosos actos de caridad y penitencia, se le había aparecido y le dijo: «Isabel, si quieres ser mía, yo quiero ser tuyo también, y nunca separarme de ti». A Santa Catalina de Siena la venía frecuentemente a consolar a su celda, platicaba y paseaba con ella y muchas veces la ayudaba a rezar sus oraciones.

Y como nosotros no sabíamos la habilidad que tenía de los dedos a la muñeca, creímoslo; y el soldado juró de no jugar más, y yo de la misma suerte. El se reía a todo esto. Tornó a sacar el rosario para rezar; y yo, que no tenía ya blanca, pedíle que me diese de cenar y que pagase hasta Segovia la posada de los dos, que íbamos en púribus. Prometió hacerlo.

Como se le hubiese acabado el aceite a su velón de tres mecheros y no pudiese rezar ni leer, bajó a la cocina en demanda de combustible. Halló muy concurrido el sarao de Sabel.

Murmuró algunas frases incoherentes, pero Obdulia continuó sin hacer caso de él: Yo de teología sólo que los sacerdotes están obligados a tener oración, y que el alabarse de no rezar es más propio de impíos que de ministros del Señor. Lo dijo con calma y naturalidad que hicieron más incisivo y profundo el arañazo.

El cual, vuelto enseguida hacia el retablo y después de persignarse con gran unción y parsimonia, cruzó las manos sobre el palo pinto y comenzó a rezar en voz muy alta por el alma de su padre.

Ya lo sabe usted todo... Cuando sea media noche, tendremos que dejarle... Yo, mientras tanto, voy a rezar por usted, porque el hombre capaz de inspirar semejante abnegación no debe ser enteramente criminal. Y el venerable sacerdote se arrodilló al pie del altar. Señor dijo el gitano , siento mucho que tenga tan poco tiempo para expresarle mi reconocimiento...