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Y aunque fuera así, aun suponiendo todos estos horrores, no me explico la ponderación de San Juan Crisóstomo sino porque vivía en la capital corrompida, y semi gentílica aún, del Bajo Imperio; en aquella corte, cuyos vicios tan crudamente censuró, y donde la propia emperatriz Eudoxia daba ejemplo de corrupción y de escándalo.

Al decir esto arqueó las cejas, miró el libro, hizo todos los esfuerzos imaginables para leer medio renglón, y después de emplear cinco minutos en tan importante tarea, volvió á hablar diciendo: ¿No tiene ninguna hermana? No, señora. ¡Oh! exclamó Paulita, dejando definitivamente á San Juan Crisóstomo; me olvidaba de mi rezo. Hermana, con la conversación de usted me he distraído. Vamos á rezar.

El sacerdote es embajador que habla en nombre de Dios, y despreciarle es injuriar a quien le envía, le dijeron, tomándolo de San Juan Crisóstomo, repitiéndole esta y otras frases análogas hasta la saciedad, para empaparle de la alteza de su misión, como hacían los oráculos paganos con aquellos a quienes aspiraban someter a su servicio.

Sin pensar en , sin detenerse, dirigióse á la casa y gracias á su traje elegante y á su aire decidido, pudo franquear facilmente la puerta. Mientras estas cortas escenas pasaban en la calle, en el comedor de los dioses mayores, circulaba de mano en mano un pedazo de pergamino donde se leían escritas en tinta roja estas fatídicas palabras: Mane Thecel Phares. Juan Crisóstomo Ibarra

¿Juan Crisóstomo Ibarra? ¿quién es ése? preguntó S. E. pasando el papel al vecino. ¡Vaya una broma de mal gusto! repuso don Custodio: ¡firmar el papel con el nombre de un filibusterillo, muerto hace más de diez años! ¡¡Filibusterillo!! ¡Es una broma sediciosa! Habiendo señoras...

Y recordaba, sobre todo, aquella entereza de san Juan Crisóstomo, que supo desestimar los halagos de una madre amorosa y buena, y su llanto y sus quejas dulcísimas y todas las elocuentes y sentidas palabras que le dijo para que no la abandonase y se hiciese sacerdote, llevándole para ello a su propia alcoba y haciéndole sentar junto a la cama en que le había parido.

Cuando no había actores, servían los muñecos, como leemos en el Quijote, de Cervantes, al tratar de maese Pedro, que recorría las aldeas y representaba con ellos la Historia de Gayferos y La bella Melisendra, ó bien los mismos habitantes del lugar se encargaban de los papeles, como aparece de otro pasaje de Don Quijote, en que el cabrero Pedro se expresa de este modo para celebrar al difunto pastor Crisóstomo: «Olvidábaseme de decir cómo Crisóstomo el difunto fué grande hombre de componer coplas, tanto que él hacía los villancicos para la noche del Nacimiento del Señor, y los autos para el día de Dios, que los representaban los mozos en nuestro pueblo, y todos decían que eran por el cabo

Olvidemos las diatribas de San Crisóstomo a nuestro sexo, en gracia a este consejo tan prudente, tan profundo y tan bello, verdadero resumen de la bondad. Anticipémonos siempre a «hacer las paces». No detenga nuestros generosos impulsos un erróneo empeño de amor propio. Quede siempre ahogado el amor propio por el amor conyugal.

Y allí, ¿qué decían de él? preguntó la devota, abriendo á San Juan Crisóstomo. ¿Qué decían? contestó la huérfana, mirando la labor lo más de cerca que le era posible. Decían que era un joven muy leal, muy generoso, muy bueno y de mucho talento. , ya se conoce que es un joven de buenas prendas dijo la de Porreño, abriendo á San Juan Crisóstomo. ¿Y tiene padres?

En verdad, muchas veces dije: esperemos a ver en qué para esta monja, que no es bueno dar fe tan presto a sus virtudes y revelaciones; no tanto porque dudase de ella, cuanto por juzgar que así conviene para mujeres. Pero ahora declaro que la dicha Teresa ha dado a entender ser posible en ellas la perfección evangélica. Y así mesmo doña María, padre Crisóstomo.