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Yo censuro continuó diciendo vehementemente Melchor a los que acarician cualquier congoja como afanosos por conservarla el mayor tiempo posible; yo anatematizo a los que se entregan con fruición a todas las desesperaciones de cualquier dolor moral por intenso que sea, y en vez de tirarlo al último rincón lo pasean en los labios como esos pordioseros que van mostrando una llaga para excitar la caridad pública; yo me refiero a los cobardes que se rinden sin luchar por no darse el trabajo de esgrimir las armas qué tienen a la mano.

Si las censuro es por creer que el autor vale, aunque anda harto extraviado. Su extravío proviene de la ya mencionada enfermedad epidémica, nacida del menosprecio con que miramos a nuestra nación o a nuestra raza, y que se nota, por fortuna, más que en España, entre los escritores hispanoamericanos.

Y aunque fuera así, aun suponiendo todos estos horrores, no me explico la ponderación de San Juan Crisóstomo sino porque vivía en la capital corrompida, y semi gentílica aún, del Bajo Imperio; en aquella corte, cuyos vicios tan crudamente censuró, y donde la propia emperatriz Eudoxia daba ejemplo de corrupción y de escándalo.

Aun suponiendo que Dafnis y Cloe tenga cuantas faltas yo censuro, no se ha de inferir que por haber yo cometido esas faltas no las pueda y deba reconocer como tales. Malo es ser pecador, pero es pésimo jactarse del pecado y procurar que se tome como primor y acierto. La diferencia, sin embargo, es grandísima.

Algo influyó donna Olimpia en la renaciente cultura de los abisinios, y de ello con razón se jactaba. Censuró y condenó las muy frecuentes borracheras de onfacomeli, bebida de que se abusaba mucho en Abisinia, y de cuya composición, tal como la explica el diccionario de la Real Academia Española, tantos donaires y chistes acertó a decir nuestro amigo don Manuel Silvela.

Pero esta las examinó bien, y en menos de lo que se dice hizo de ellas crítica acerba, las desnudó, les quitó los sombreros, censuró aquellos talles de araña, y concluyó por considerar en su mente lo que resultaría si la más guapa de las chicas de Pez se vistiera con los arreos de Isidora, y esta se pusiera los de la chica de Pez.

Como yo soy y quiero seguir siendo optimista, contra viento y marea, ni siquiera censuro esta furia de descontento y de censura.

Lejos de negarle, le reconozco y le admiro; pero me quejo de ellos y los censuro y los encuentro más fotógrafos que poetas, porque faltan al precepto aristotélico, que es, en mi sentir, el fin del arte, y porque pintan las miserias y desventuras humanas con tan minuciosa exactitud y con tan científico, experimental y poco poético detenimiento, que se diría que sus libros, en vez de ser de pasatiempo y de recreo, vienen á reemplazar los silicios, las disciplinas y otros medios á propósito para mortificarse y hacer vida penitente.

A veces me pregunto a mismo, si al censurar en mi interior esta condición de Pepita, no soy yo quien me censuro. ¿Qué yo lo que pasa en el alma de esa mujer, para censurarla? ¿Acaso, al creer que veo su alma, no es la mía la que veo?

Y, como tal, censuró la unión de Herodes Antipas con su cuñada y sobrina Herodías, esposa de Filipo. Herodías, por su parte, cobró al creador del bautismo un odio mortal, de mujer herida en su dignidad.