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No es aquí, en fin, profesión el escribir, ni afición el leer, ambas cosas son pasatiempo de gente vaga o mal entretenida: que no puede ser hombre de provecho quien no es por lo menos tonto y mayorazgo. ¡Oh tiempo y edad venturosa!

Y si diese cargo a otro, o a este mismo, que examinase los libros de caballerías que de nuevo se compusiesen, sin duda podrían salir algunos con la perfección que vuestra merced ha dicho, enriqueciendo nuestra lengua del agradable y precioso tesoro de la elocuencia, dando ocasión que los libros viejos se escureciesen a la luz de los nuevos que saliesen, para honesto pasatiempo, no solamente de los ociosos, sino de los más ocupados; pues no es posible que esté continuo el arco armado, ni la condición y flaqueza humana se pueda sustentar sin alguna lícita recreación.

Quita allá, bullanguera dijo la Filosofía arrancándole a la Música el penacho ó acento que muy erguido sobre la u llevaba; que allá, que para nada vales, ni sirves más que de pasatiempo pueril. Poco á poco, señoras mías gritó un Sustantivo, alto, delgado, flaco y medio tísico, llamado el Sentimiento.

Es verdad que uno de nuestros antiguos reyes lo hizo; pero el pobre caballo en que subió, no pudo bajar y se quedó, como el sepulcro de Mahoma, suspenso entre el cielo y la tierra; fue preciso matarlo en su elevado puesto. Sir John está desesperado porque no le permiten gozar de este monárquico pasatiempo.

El cual autor no pide a los que la leyeren, en premio del inmenso trabajo que le costó inquerir y buscar todos los archivos manchegos, por sacarla a luz, sino que le den el mesmo crédito que suelen dar los discretos a los libros de caballerías, que tan validos andan en el mundo; que con esto se tendrá por bien pagado y satisfecho, y se animará a sacar y buscar otras, si no tan verdaderas, a lo menos de tanta invención y pasatiempo.

Tropezábase por entonces en Sevilla a cada paso con una opulenta hostería, lugar de morada, de pasatiempo y placeres de la gente alegre, noble y rica, pero olíales el resuello a las más a una legua a carestía, y no era la menguada bolsa de Miguel la que podía atreverse con ninguna de ellas, ni aun con la más humilde; no había que pasar de bodegón, y aun así, cuidando no fuera de aquellos que se daban tufos de hostería, y acordándose del de la tía Zarandaja, que en una revuelta de la calle de las Sierpes estaba, y al que podía llegarse sin pasar por delante de la casa de la bella indiana, a él se fue, y en ella dio al fin a punto que el sol asomaba por el Oriente, y la tía Zarandaja, que ya para el despacho había, abierto, a la puerta se encontraba departiendo con algunas vecinas de los sucesos de la noche, que a la vecindad habían alborotado, y que habían tenido por remate el que la Inquisición prendiese al señor Viváis-mil-años, cosa que ponía espanto en aquellas buenas comadres, la que más y la que menos parienta próxima, y hermana en el diablo, por brujas, del preso; y por aquello de que cuando las barbas de tu vecino veas pelar echa las tuyas en remojo, todas aquellas valientes hembras andaban desasosegadas y en corrillos por las puertas, que no era sola la del bodegón de la tía Zarandaja la en que se las veía.

El primo de María, Muley para los moriscos y don Fernando entre los españoles, como desdeñando de emplearse en tan frívolo pasatiempo, sirviéndole de arrimo una de las columnatas, no pensaba sino en sus proyectos, y sólo parecía asistir en la zambra por el ahinco con que derramaba a veces la vista en su hermosa María.

Que, bien apurada la cosa, burla fue y pasatiempo; que, a no entenderlo yo ansí, ya yo hubiera vuelto allá y hubiera hecho en tu venganza más daño que el que hicieron los griegos por la robada Elena. La cual, si fuera en este tiempo, o mi Dulcinea fuera en aquél, pudiera estar segura que no tuviera tanta fama de hermosa como tiene. Y aquí dio un sospiro, y le puso en las nubes.

La Condesa no se atrevió a continuar la conversación, al ver lo exaltado que su hijo se ponía, y la vehemencia con que hablaba en pro de doña Beatriz. Allá, en el fondo de su alma, la Condesa se afligió mucho, imaginando que su hijo no tenía unas relaciones vulgares, un pasatiempo inmoral, pero sin consecuencias, sino una pasión vivísima.

Del torbellino de polvo que levanta éste al caer, vese salir al jinete corriendo, seguido del caballo, a quien el impulso de la carrera interrumpida hace avanzar obedeciendo a las leyes de la física. En este pasatiempo se juega la vida y a veces se pierde.