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Actualizado: 16 de junio de 2025


Pero Gambetta dominó el tumulto, hizo bajar de la tribuna a Cassagnac, lo censuró, y calmó la agitación. He oído varias veces a M. Clemenceau, el gran orador radical. Le defendiendo a Blanqui, el condenado comunista, que había sido electo diputado por Burdeos. Es uno de los oradores que mejor habla y que posee dotes más notables.

Notando el Padre Ambrosio que la vacilación, que el recelo causaba el silencio de Fray Miguel, habló de nuevo y dijo: Te callas y vacilas y no lo extraño ni lo censuro.

Si algo censuro yo en usted, no para que se retraiga de escribir, sino para que siga escribiendo y se corrija, es el pesimismo tétrico, que más que por sentirlo adopta usted por moda: pesimismo, que en nuestro siglo de menos fe que los siglos pasados, tiene la desesperación por término y no aquel fin divino, ultramundano y dichoso que ponían en sus dramas, poemas, leyendas y demás escritos, autores como Calderón a quien ya hemos citado. ¿Qué importa que el mundo sea, no solo valle de lágrimas, sino tenebrosa caverna de infamias y de maldades, si así resplandece más, venciéndolo, dominándolo y hasta perdonándolo todo,

; á ese carácter prodigioso faltan dos cualidades capitalísimas. ¿Cuáles son? Las siguientes; y cuidado que cuando yo censuro, tengo derecho á que se me crea, porque al tachar un vicio, siento dolor. La censura que cae de mi humilde pluma, es una flor mústia que mi alma deposita en la urna sagrada de la verdad.

Conoce usted, sin duda, el proyecto del conde de Mengis y aprueba su plan de casarla con su sobrino... Antoñita manifestó su desagrado con un ademán. ¡Si no lo censuro! pero entiendo que no hay motivo para que se aparte usted de , rehuyendo mi presencia como la de un importuno que la molestase, sólo por haber hallado el hombre que sin duda llena sus aspiraciones.

11 Y ellos como oyeron que vivía, y que había sido visto de ella, no lo creyeron. 12 Mas después apareció en otra forma a dos de ellos que iban caminando, yendo a la aldea. 14 Finalmente se apareció a los once, estando sentados a la mesa, y les censuró su incredulidad y dureza de corazón, que no hubiesen creído a los que le habían visto resucitado.

En suma, el padre Anselmo estuvo muy bien aquel día: censuró el vicio sin censurar al vicio, y no designó ni aludió a nadie. De esto se encargó la maliciosa envidia de las mujeres, excitada con disimulo por doña Inés. Todas hicieron a la emperejilada Juanita blanco de sus insolentes miradas. La consideración del origen ilegítimo de la muchacha vino a corroborar la creencia de que era pecadora.

Palabra del Dia

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