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Los pobres niños, criados quizá con gran rigor, permanecieron inmóviles y silenciosos como los ángeles que pintan a los pies de la Virgen.

Los griegos fueron como todos los pueblos nuevos, que creen que ellos son los amos del mundo, lo mismo que creen los niños; y como ven que del cielo vienen el sol y la lluvia, y que la tierra da el trigo y el maíz, y que en los montes hay pájaros y animales buenos para comer, les rezan a la tierra y a la lluvia, y al monte y al sol, y les ponen nombres de hombres y mujeres, y los pintan con figura humana, porque creen que piensan y quieren lo mismo que ellos, y que deben tener su misma figura.

El chino ligero, que vive de pescado y arroz, hace su casa de tabla y de bambú. El japonés vive tallando el marfil, en sus casas de estera y tabloncillo. Allí se ve donde habitan ahora los pueblos salvajes, el esquimal en su casa redonda de hielo, en su tienda de pieles pintadas el indio norteamericano: pintadas de animales raros y hombres de cara redonda, como los que pintan los niños.

Las escenas que siguen inmediatamente á éstas, pintan los estragos hechos por el enemigo, los ayes de los habitantes de las aldeas, y luego la brillante victoria de Fernán González, que, á la conclusión del primer acto, es solemnizada con alegres fiestas por los aldeanos. En el acto segundo aparece el Conde en León, á donde ha sido invitado para asistir á las Cortes.

Aunque bastante apartadas de la provincia de Ilocos por la parte del Este, ocupa también esta cordillera la raza de los busaos que confina con la de los tinguianes; sus tribus son de carácter dulce y hábitos más propensos á la civilización, se pintan el brazo imitando varias flores, llevan grandes anillos en las orejas y otros se cuelgan en ellas un gran pedazo de madera, lo que les alarga mucho la ternilla.

El Filipino acepta la civilización y vive y se mantiene en contacto con todos los pueblos y en la atmósfera de todos los climas. El aguardiente, ese veneno que extingue á los naturales de las islas del Pacífico, no tiene poderío en Filipinas; antes por el contrario, parece que los Filipinos se han vuelto más sobrios, á comparar su estado actual con el que nos pintan los antiguos historiadores.

En el segundo hay más realidad: esa mirada triste, de tristeza contagiosa, esa boca apretada, ese vago gesto de dolor y esa frente ancha y magnífica en donde se entronizó la palidez fatal del sufrimiento, pintan al desgraciado en sus días de mayor infortunio, quizá en los que precedieron a su muerte.

No vemos en ellas más que lo que nosotros les ponemos de nuestra cosecha; no sirven para otra cosa sino para fijar un poco la fugitiva, la indecisa idea... Desengáñate, tanto los artistas como los poetas, son los más cándidos de entre los hombres y los peores jueces que pueden encontrarse para establecer correlación entre lo físico y lo moral, porque no pintan lo que realmente ven, sino lo que creen ver a través del prisma de su imaginación... No pintan lo natural, sino según el natural, lo que no es lo mismo.

No se me oculta que todas estas cosas materiales son como las letras de un libro, son como los signos y caracteres donde el alma, atenta a su lectura, puede penetrar un hondo sentido y leer y descubrir la hermosura de Dios, que, si bien imperfectamente, está en ellas como trasunto o más bien como cifra, porque no la pintan, sino que la representan.

Los anamitas se pasean, callados, a paso igual y triste, con las manos en los bolsillos de la blusa azul. Trabajan. Parecen plateros finos en todo lo que hacen, en la madera, en el nácar, en la armería, en los tejidos, en las pinturas, en los bordados, en los arados. No aran con caballo ni con buey, sino con búfalo. La tela de los vestidos la pintan a mano.