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Desengáñate, nuestro amor tiene que ser una novela muy corta, ridícula para contada, triste para nosotros, únicos que hemos de tomarla en serio. ¿Hasta cuándo durará esto? ¿Quién se cansará antes? ¿ de esperarme? ¿Yo de amarte? Quien no se fatigará jamás será el tiempo, que pasará haciéndote cada día más buena y más hermosa, quizá más rica, y a más desgraciado y pobre.

Y no obstante, él ha amado, ama aún y llora a otra. No sabrá amarla como yo la amaba. No puede dedicar a ella todos sus recuerdos, todos sus pensamientos, toda su vida, y cuando esté recostado sobre su seno, pensará en otro amor y en otra felicidad. ¡Desengáñate de tu dicha, alma tierna y confiada! Ese esposo no es el que el cielo te destinaba.

¿Cómo ha de aprender a evitarlo, si lo presentan a sus ojos con el encanto de lo prohibido por aliciente, con el incentivo de la curiosidad por guía y el aguijón de la edad por cómplice? Desengáñate, Tirso, no es este momento de que intentemos convencernos mutuamente; más no se le debe despertar la malicia a quien, como ella, la tiene adormecida; que sus impulsos no los sofoca luego nadie.

Aprovechando un momento en que Velázquez vino á ofrecerle una caña, le dijo por lo bajo: Pero, vamos á ver, hijo, ¿por qué haces esta locura? ¿Qué te faltaba á ti en Cádiz? ¿No tienes salud? ¿no tienes dinero?... ¿Qué demonio vas buscando en esas tierras donde si no le meriendan á uno los salvajes se lo comen crudo los mosquitos?... Que has tenido algunos disgustillos con las mujeres, ¿y qué? ¿Es razón para que un mozo valiente y noble de too su cuerpo se quite del medio? ¿Dónde hay palmito que se pueda comparar con unas botellas de amontillado, bebidas en compañía de cuatro amigos, y unas aceitunitas aliñás?... Me lo dijo hace tiempo un vista de la aduana que había estado muchos años en Puerto-Rico, un tío muy ilustrado, capaz de beberse el golfo de Méjico: «Desengáñate, Rafael, las mujeres no sirven más que para enfriar el caldo cuando uno está acatarrado y no puede sacar los brazos de la cama».

No vemos en ellas más que lo que nosotros les ponemos de nuestra cosecha; no sirven para otra cosa sino para fijar un poco la fugitiva, la indecisa idea... Desengáñate, tanto los artistas como los poetas, son los más cándidos de entre los hombres y los peores jueces que pueden encontrarse para establecer correlación entre lo físico y lo moral, porque no pintan lo que realmente ven, sino lo que creen ver a través del prisma de su imaginación... No pintan lo natural, sino según el natural, lo que no es lo mismo.

Mira qué impasible está. Desengáñate: él piensa en sus devociones, en sus libros, en sus estudios, en las obras que escribe, y nada se le importa de que estés casada o de que estés soltera. ¡Buen castillo de humo levantó tu orgullo! ¡Curiosa leyenda de amores románticos y desesperados forjaste allá en tus adentros!».

Pero en cuanto te cases entras a manejar su fortuna y no tienes necesidad de aguardar los años que a ella se le antoje vivir. A ti lo que te hace falta como a es guita. Desengáñate; si la tuviéramos nos pondríamos más gordos que Cobo Ramírez.... Además, en cuanto seas rico, le birlas la Amparo a Salabert, ¿no comprendes?

Vamos a ver, hombre, desembucha ese secreto.... Será una gansada de las que acostumbras.... Desengáñate, Manolo, que ya no estás para salir a la calle. Debes ponerte en cura decía mientras se frotaba los brazos con una pomada olorosa que había tomado de la batería de tarros y frascos de todos tamaños que tenía delante.

Desengáñate, Pedro: á vosotros, cuando los tiempos vienen malos, os queda el recurso de luchar con el destino, mientras que nosotras... ¡Jesús!... ¿qué me ha picado aquí? La condesa interrumpió su discurso para sacar vivamente una mano que tenía metida en la hierba. En la blanca y torneada muñeca apareció una gota de sangre.

Desengáñate: has querido mofarte de sin motivo alguno; has querido vengar en agravios, imaginados o reales, que otros y no yo te han hecho. A decir verdad, debiste enamorar al padre Anselmo y atraerle a esta cita, si es que la cita sigue siendo de burla. El y no yo fue quien reprobó que te vistieses de seda. Lo que es yo, aprobé y aplaudí el verte tan bien vestida.