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Y sólo el bajo, un alemán pequeño, de pesada voz que debía avergonzarlo, defendía a la contralto y se atrevió a decir que tenían celos de ella, por poseer un buen palmito.

Entre aquellas hormigas humanas habíalas de pocos años y buen palmito, risueñas unas y alborotadas con la boda, otras quejumbrosicas y encendidos los ojos de llorar, con la despedida. Media docena de maduras dueñas las autorizaban, sacando de entre el velo del manto la nariz, y girando a todas partes sus pupilas llenas de experiencia y malicia.

Estarías vestida como un palmito, comida y bebida como una mayorazga; y sobre todo, hija mía, podrías mantener al pobrecito de tu padre, que se va haciendo viejo y es un dolor verle echarse a la mar, que llueva o ventee, para que a ti no te falte nada. Así don Federico se quedaría entre nosotros, consolando y aliviando males, como un ángel que es.

El marido es comerciante en sederías. Tiene unos cuarenta mil pesos. Encontrábamos a dos niñas con sus novios respectivos. Ni una peseta; el palmito y nada más. Pasábamos cerca de un caballero anciano. Adiós, D. Juan... Propietario rico; su labranza vale más de cien mil pesos. Parecía que estaba dedicado exclusivamente a tasar los bienes ajenos. Me repugnó algo aquella sórdida cualidad.

Salió la corta edad de la muchacha, su delicada salud, y hasta su poca hermosura alegó el padre, sazonando la observación con alusiones no muy reservadas al buen palmito de Rita y al mal gusto de no preferirla.

El cocinero de los Sres. de Figueredo era cosmopolita en su arte, poseyendo el de la clásica cocina francesa y lo más selecto de la antigua y hoy degenerada cocina española. Se pintaba solo además para confeccionar guisos y acepipes a la brasileña, y para preparar ciertas legumbres del país, como palmito y quinbombó, haciendo deliciosos quitutes, según en Río de Janeiro se llaman.

Pues una mujer que parecía la Magdalena por su cara dolorida y por su hermoso pelo, mal encubierto con pañuelo de cuadros rojos y azules. El palmito era de la mejor ley; pero muy ajado ya por fatigosas campañas.

Por fortuna su herida no fue grave, aunque le ha dejado una cicatriz que desfigura bastante aquel rostro celestial, aquel encantador palmito...». Se limpió una lágrima con la mano.

Es natural... El hombre bien criado y la mujer ordinaria no emparejan bien. Pasa la ilusión, y después ¿qué resulta? Que ella huele a cebolla y dice palabras feas... A él... como si lo viera... se le revuelve el estómago, y empiezan las cuestiones. El pueblo es sucio, la mujer de clase baja, por más que se lave el palmito, siempre es pueblo. No hay más que ver las casas por dentro.

Al principio tendrá usted que hacer algunos esfuerzos; será preciso que se olvide de su buen palmito. Esto es quizás lo más difícil, pero hagámonos la cuenta de que la única hermosura verdad es la del alma, hija mía, porque de la del cuerpo dan cuenta los gusanos...». Esto le pareció muy bien a la pecadora, y decía que con la cabeza.