United States or Brunei ? Vote for the TOP Country of the Week !


El primo Rafael, amante rabioso de los placeres y obligado a reprimir sus deseos en la atmósfera de sórdida avaricia en que se había educado, lanzóse sin temor a saciar sus apetitos al verse dueño de la fortuna de su esposa. La supeditación amorosa de doña Manuela le hacía ser dueño absoluto de la casa, y no tardó en hacer sentir su tiranía.

Otra mujer cualquiera se creería humillada necesitando acudir a cada instante a su marido para los menesteres más insignificantes de la vida doméstica. Ella juzgábalo natural, y sobre todo muy cómodo cuando la sórdida economía de Calderón no la apretaba demasiado.

Entonces la mentira que había dicho a su marido convirtiose en realidad. Antes de verle sin dinero en el bolsillo se arriesgó heroicamente a pedírselo a su madre. Fue una escena baja, sórdida, repugnante. Carlota sufrió con valor los sarcasmos de su madre y venció a fuerza de paciencia y tenacidad sus repetidas negativas.

Cuando Siles echó fuera de su carga mental, tornó a pasearse por los cafés, por las tabernas, envuelto en su pintoresco carrick. Al cabo de unos años se quebró el cristal encantado de la leyenda, y volvieron los días de penuria y la sórdida pobreza ululaba a la puerta de su hostal.

El marido es comerciante en sederías. Tiene unos cuarenta mil pesos. Encontrábamos a dos niñas con sus novios respectivos. Ni una peseta; el palmito y nada más. Pasábamos cerca de un caballero anciano. Adiós, D. Juan... Propietario rico; su labranza vale más de cien mil pesos. Parecía que estaba dedicado exclusivamente a tasar los bienes ajenos. Me repugnó algo aquella sórdida cualidad.

En este momento comprendió la causa de su malhumor repentino. «La madre había hablado de las calumnias con que le querían perder... de las demasías de ambición, orgullo y sórdida codicia que le imputaban, de la influencia perniciosa en la vida de muchas familias que se le achacaba... pero ¿era todo calumnia? Oh, si la Regenta supiese quién era él, no le confiaría los secretos de su corazón.

En cuanto a Inés, no dudaba que existía en poder de alguien que la protegiera por encargo de los parientes de su madre; y aunque para esta creencia no tenía más dato que la relación del alucinado Juan de Dios, yo me confirmaba cada vez más en ella, fundándome en antecedentes que omito por ser de mis lectores conocidos, y en la sórdida avaricia del licenciado Lobo, carácter muy abonado para apoderarse de la joven y entregarla, mediante una buena recompensa, a quien deseaba poseerla.

Pensaba en los chuetas, que, según la opinión popular, no eran lo mismo que las otras personas; seres de miseria sórdida y contacto viscoso, que debían ocultar terribles deformidades. ¿Quién podía afirmarle que Catalina era igual a las otras mujeres?... Al momento pensaba en Pablo Valls, tan alegre y generoso, superior por sus cualidades a casi todos los amigos que él tenía en la isla.

Aquella violencia, mejor aún, aquella ferocidad, turbaba su alma delicada; el poco apego que el cura mostraba a los asuntos teológicos o de tejas arriba le indignaba; pero sobre todo, la avaricia sórdida de aquel viejo, que estaba con un pie en el sepulcro, del ministro de Aquel que dijo: «No queráis tener oro, ni plata, ni dinero, ni en vuestros viajes llevéis alforja, dos túnicas, ni zapatos, ni báculole causaba repugnancia invencible.

Hace un rato ha bajado con las amigas al Caño Dorado... Allá está: desde aquí puede verla. Y mostraba a Isidro un grupo de vivos colorines que corría entre la arboleda del cerro de los Pinos. El joven descendió la cuesta. Más allá de las últimas casas de los traperos, contrastando con la sórdida miseria del barrio, comenzaba el bosquecillo del Caño Dorado.