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En nada se conoce el buen gusto, nobleza y dignidad de un alto señor como en sus guisos y manera de presentarlos y servirlos. Digna corte de los finos manjares es un buen círculo de convidados que sazonen la comida con las especias finísimas del ingenio discreto; especias, hija mía, que más bien son flores de aroma delicado. Mira bien a quién convidas.

No he leído los libros y papeles que usted lee, y como no le hable de los guisos que mi madre hace o de mis bordados y costuras, no de qué hablar a su merced. Hablame de lo que hablas a Antoñuelo cuando estás con él de palique. Yo no lo que es palique, ni si estoy o no estoy a veces de palique con Antoñuelo. Lo que es que yo no puedo decir a su merced las cosas que a él le digo.

Praschcu era un mocetón grueso, barbudo, sonriente y rojo, que, a juzgar por sus palabras, no pensaba más que en comer y en beber bien. Durante el camino no habló más que de guisos y de comidas, de la cena que le quitaron al cura de tal pueblo o al maestro de escuela de tal otro, del cordero asado que comieron en este caserío y de las botellas de sidra que encontraron en una taberna.

Sigue haciendo la matanza, la carne de membrillo, el arrope y las frutas de sartén en las casas más principales. Ha importado nuevos guisos en la cocina local y hasta inventado dos o tres, con sorpresa y general aplauso de los gastrónomos. El padre Anselmo está achacosillo y muy viejo, pero alegre y sereno con la esperanza de su tránsito a mejor vida.

Psss... bisbiseó Fidel, requiriéndome con cabezadas a que me acercase más . Levante usted el mantelillo. Levanté una punta. Descubrí abundancia de guisos y viandas, entre otras, un opulento trozo de roastbeef. Es la comida de don Guillén indicó el camarero . Si no promiscua, o promiscúa, que yo tampoco cómo se pronuncia, al menos come de carne.

Maltrana, con toda su altivez intelectual, vigilaba el fogón, y a falta de ocupaciones más importantes, aprendía torpemente de Feli el secreto de los guisos. ¿Dónde estaban aquellos pucheretes sabrosos de su luna de miel, aquellos platos que daban ganas de comerse a besos las manos de la amada hacendosa?... La vida era triste, y los pucheretes unas veces salían crudos y otras carbonizados.

Pues ¿qué alabanza, qué encarecimiento bastará a celebrar a mi paisana, cuando despunta por lo habilidosa? ¡Qué guisos hace o dirige, qué conservas, qué frutas de sartén, y qué rara copia de tortas, pasteles, cuajados y hojaldres!

Hazme guisos sencillos, sabrosos y sanos, y de este modo tendremos siempre el respeto de la crítica y la aceptación del público. Desde entonces, la Rosario pone sus cinco sentidos en la cocina. A veces, advierto la desaparición de algún plato, pero no es culpa de la Rosario. Yo no lo rompí. Fue él. Lo tenía en la mano, y se cayó. Se hizo pedazos contra el suelo...

Los bancos de hornillos podían servir para toda una comunidad. El frío aseo de esta dependencia demostraba su falta de uso. En las paredes, grandes escarpias delataban la ausencia de las vasijas de cobre que habían sido en otros tiempos gloria esplendorosa de esta cocina conventual. La vieja criada hacía sus guisos en un pequeño hornillo al lado de la artesa en la que amasaba el pan.

El sabio orientalista Dozy demuestra que la inventora de la alboronía, o quien le dio su nombre, fue nada menos que la Sultana Boran, hermosa, distinguida y comm'il faut entre todas las Princesas del Oriente. Tal vez el creador de la alboronía dedicó su invención a esta Sultana, como hacen hoy los más famosos cocineros, dedicando sus guisos y señalándolos con el nombre de algún ilustre personaje.