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Mientras el fabricante de conservas expresaba en italiano el dolor de hallarse lejos de su amada, la hija mayor de los señores de la casa seguía conversando en el paraje más retirado de la sala con un joven de fisonomía abierta y simpática, moreno, de ojos negros y bigote naciente.

Yo lo todo, Manuela. No conservas un campo de los que heredaste de papá que no tenga la correspondiente hipoteca. El dinero de tus arrendatarios se va todo en intereses.

Pero hay que ver las botellas interrumpió Ojeda burlonamente. Eso es: hay que verlas juntas con los toneles; una enorme bodega; lo necesario para emborrachar a todo un pueblo... Y resbalando sobre el Océano vienen con nosotros toneladas y más toneladas de harina, montañas de cajas de conservas y de extractos; aves, pescados, bueyes, ¡qué se yo!... Todas las reservas de una ciudad sitiada.

La voz indefinible del fabricante de conservas tuvo el honor de unirse al eterno concierto de los mares, como uno de tantos ruidos de olas que chocan o piedras que se arrastran. El viento no quiso encargarse de llevarla a veinte varas de distancia siquiera.

Las señoras y los caballeros se estrecharon aún más, formando grupo, y empezaron a cuchichear animadamente, proponiendo cada cual una pregunta. Al fin quedaron acordes en preguntarle si gastaba bisoñé. ¿Eeeeh? gritó el coro prolongando la nota. respondió el infeliz don Serapio. La respuesta fue acogida con ruido y alegría que hicieron temblar al fabricante de conservas.

Delante del señor había varias mesillas enanas, donde en aúreos y repujados azafates, en ligeros canastillos, en esbeltas ánforas y en cálices esmaltados, se ofrecían para regalo de la vista, del olfato y del paladar, licores, conservas y sazonados frutos.

Desechose por unanimidad la idea de dedicarle al oficio de su padre. Pensaron en otros varios, sin lograr ponerse de acuerdo, hasta que D.ª Trinidad, la esposa de D. Remigio Flórez, fabricante de conservas alimenticias, propuso llevarle de criado recadista a su casa.

Sus cartas y las de sus servidores están llenas de instrucciones, quejas y demandas, en virtud de las cuales nunca faltaban en la despensa y cueva de aquel modesto palacio los pescados de todos los mares, las aves más renombradas de Europa, las carnes, frutos y conservas de todo el universo.

Miguel le escribía: «Aún siento, picaronaza, tus manos entre mis cabellos y aún me duelen los tirones que me dabas. Media hora por lo menos tardaba tu doncella Rosalía en ponerme la cabeza como la de un querubín; y ni un segundo siquiera en dejármela como una selva enmarañada! ¿Conservas fidelidad a los gatos?

En el siglo XVII hubo en Sevilla algunos confiteros que fueron célebres por su habilidad en la confección de los dulces, y de entre ellos han pasado á la posteridad, digámoslo así, Pedro de Libosna, Bartolomé Gómez y Jerónimo de Barco, que no tenían competidores en las conservas, la carne de membrillo, los mazapanes y los canelones de sidra, canela, avellana ó anís.