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Comienza con un largo sermón de un fraile, citando muchos autores, entre otros, á Boetius, de Consolatione; á San Agustín, de Angelorum Choris, y á San Remigio, de Dignitate Sacerdotum. «Estos hombres doctos, dice, me mandan venir á este santo anfiteatro para anunciar los personajes que saldrán en seguida; la obra que veréis, se titula Los misterios de la Virgen

Pero por ahora no la veo.... , Remigio, ¿no puede trasladarse aquí? ¿Se ha quedado en la cama? Ahí está el caso, señor , dijo el criado dando vueltas a la gorra y bajando los ojos como si temiese dar una noticia muy grave . La cuestión es que una de las yeguas, la Primitiva, está enfosada. Calderón se puso pálido. ¿Pero no puede venir?

Desechose por unanimidad la idea de dedicarle al oficio de su padre. Pensaron en otros varios, sin lograr ponerse de acuerdo, hasta que D.ª Trinidad, la esposa de D. Remigio Flórez, fabricante de conservas alimenticias, propuso llevarle de criado recadista a su casa.

¿Qué hay, Remigio? le preguntó el banquero. Acaba de llegar un amigo del Pardo, el cochero de los señores de Mudela, y me ha dicho que el señorito Leandro se encontraba un poco enfermo.... ¡Claro! ¡Qué le había de pasar a ese chiquillo!... No está acostumbrado a tales juergas. Toda la vida en el colegio o pegado a las faldas de su madre.

Un náufrago austriaco les infundió el amor a la filología; dio unas cuantas lecciones de alemán y ruso a varias personas caracterizadas de la localidad, y al cabo de dos meses se escapó con seis mil reales de D. José el Estanquero, dos mil de D. Remigio Flórez y algunas pesetas más de otros caballeros. No se habló de otra cosa en un par de meses.

No comimos ya juntos al año siguiente, porque el joven Baker juró que no sentaría jamás en la misma mesa que ocupase un canalla tan despreciable como Remigio, y a Colás, el que pidió dinero prestado en Valparaíso al joven Lupo, que servía de mozo en un restaurant, no le gustaba encontrarse con gente de tal ralea.

Manuel, vas a decirme en seguida quién es esa chiquilla que está aquí sentada a la derecha con un viejo dijo al encargado del café inclinándose y metiéndole los labios por el oído. No puedo darle muchas noticias, Sr. Romadonga. Son padre e hija y me parece que los conoce Remigio, uno de los mozos... Aguarde usted un poco.

Debe de ser muy joven... Lo más que tendrá serán veinte años. Atiende, Concha dijo entonces el mozo en voz alta dirigiéndose a la chula. ¿Cuántos años tienes? ¿Qué te importa? replicó la joven. A nada... pero este señor... Le importa menos. Eso no lo sabe usted dijo D. Laureano en voz alta también. Por sabido. Acaba de echarte veinte años dijo Remigio. Es que no me ha reparado bien.

Llamó el encargado a Remigio y éste les manifestó que eran vecinos suyos y vivían en la calle de Lavapiés. El padre era viudo, de oficio sillero y no tenía más hija que ésta. La muchacha estaba aprendiendo a peinar. Buena gente. El sillero un infeliz. La chica muy trabajadora y muy recatada, pero con un genio de dos mil diablos.

Silencio y asombro del niño. ¿Es algún amigo tuyo? Es el chico de la vecina. ¡Ah! ¿Y quién te ha dado ese chaquetón que te llega a los pies? El tío Remigio. ¿Quién es el tío Remigio? Nuevo y mayor asombro del niño, que le mira con ojos estáticos. ¿Es algún hermano o pariente de tu madre? Es albañil. ¡Ah, es albañil! Y comprendiendo que no sacaría más en limpio, Miguel tomó otro rumbo.