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Las torres soltaron el último repique; el órgano desató sus raudales de místicas harmonías, y a sus acordes solemnes se unió festivo coro de infantiles voces, de gorjeadores pitos, de ruidosas y tintinantes panderetas. La misa principiaba.... El P. Solís entonaba con su vocecilla devota y simpática: «¡Gloria in excelsis DeoDe mi casa al despacho de Castro Pérez.

. Véase pues cuán sin fundamento se apela á la experiencia para combatir la existencia de una causalidad corpórea, y cuánto mas acordes van con dicha experiencia los filósofos que otorgan á los mismos cuerpos una actividad verdadera. Es indudable que concentrando la atencion por medio de un acto libre de la voluntad, experimentamos una produccion de imágenes y de ideas.

En la algazara de las solicitudes de baile, de la remoción de sillas, de los primeros acordes del interminable vals, Huberto murmuró, al fin, algunas palabras de gratitud: Usted acaba de hacerme muy feliz, mucho más feliz de lo que podría imaginarse. ¡Gracias, María Teresa! Entonces ella balbuceó, ruborosa, oprimida la garganta: Su señora madre puede ir a ver a mi padre.

Luego, los vendedores de naranjas, de silbatos y de globos; la corriente humana que no cesa de circular, engrosada por los torrentes que cada bocacalle vomita sobre la plaza; los soldados, tan marciales, en fila, los ojos sobre el jefe, que recorre la línea a caballo, dejando ondear al viento su penacho azul y blanco; las músicas, que tocan; el cañón, que truena; los cohetes, que estallan; las campanas, que vibran, y por último, el Presidente, que pasa, a pie, camino de la Catedral, en medio de los acordes graves y solemnes del himno nacional, precedido, rodeado y seguido de brillante cortejo.

Y pasaron los años cual todo pasa, y aquel amor inmenso que escondido llevo en el alma, parece que despierta con nueva llama cuando escucho las vagas armonías de la guitarra. Y la voz engañosa de aquella ingrata, y el murmullo del mar, que se dormia sobre la playa, y la emocion inmensa que me agitaba, todo me lo recuerdan los acordes de la guitarra. ¡Oh!

Y cuando en noche obscura se envuelva el cementerio y sólo, sólo muertos queden velando allí, no turbes su reposo, no turbes el misterio: tal vez acordes oigas de cítara o salterio: soy yo, querida patria; yo que te canto a .

Mirando atentamente desde el sofá, observó que en la iglesia penetraba una gran muchedumbre que producía sordo y desagradable ruido, hasta que se llenó por completo, y no pudo entrar más gente. Entonces empezó a oír los acordes del órgano que tocaba los valses de la reina de Escocia, lo cual le hizo sospechar que el organista era fray Saturnino, el capellán de San Felipe.

Dispuestas las listas y acordes todos, se juntan el día de año nuevo, de mañana temprano, y a toque de caja van publicando en las puertas de la casa de cabildo los nombrados, a cuyo acto asiste toda la gente del pueblo, unos por curiosidad, y otros para recibirse de sus empleos, de que al instante toman posesión, sin aguardar la confirmación del gobierno.

Pero ¡qué sonidos roncos, qué acordes sesquipedales, qué frases truncadas, qué lentitud, qué tanteos! Resultaba lastimosa caricatura, cual si la poesía sublime fuera rebajada a pueril aleluya.

La frase tenía un segundo miembro. Bien podría creerse que un alma dolorida preguntaba por su destino desde el hueco de una tumba, y que una voz celestial contestaba desde las nubes con acentos de paz y esperanza. Descansaba el motivo sobre blandos acordes, y este fondo armónico tenía cierta elasticidad vaga que sopesaba muellemente la frase melódica.