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Quise enamorarme y me ilusioné bastante con un muchacho... ni te quiero decir su nombre, porque es un insignificante, me parece, aunque muy buen mozo. Rompí con él cuando quiso que nos comprometiéramos.

»Ignoro cuánto tiempo estuve en el cementerio, quizás no habría salido de aquel sagrado recinto si el postillón, desde lo alto de la tapia, no me hubiera avisado que ya era hora de que volviese a mi coche. »Entonces rompí una rama de los rosales que adornan el sepulcro, y me alejé de allí, cubriendo de besos aquellas flores en cuyo aroma creía yo respirar el puro aliento de mi pobre Magdalena

Cuando mi madre me llamó un día, y después de darme dos palmetazos porque tenía las manos manchadas de tinta, me dijo que había determinado casarme, sentí mucha alegría, y al volver a mi cuarto rompí todas las planas de escritura, diciendo a D. Paco que yo era un hombre y no me daba la gana de obedecerle. A todas horas pensaba en mi mujercita y en las delicias del matrimonio.

Hazme guisos sencillos, sabrosos y sanos, y de este modo tendremos siempre el respeto de la crítica y la aceptación del público. Desde entonces, la Rosario pone sus cinco sentidos en la cocina. A veces, advierto la desaparición de algún plato, pero no es culpa de la Rosario. Yo no lo rompí. Fue él. Lo tenía en la mano, y se cayó. Se hizo pedazos contra el suelo...

¿Una carta? dijo Lázaro vivamente. Si; me la dió aquel viejo feo, feo, feo.... ¿Dónde está la carta? ¿La carta ... la carta...? No . Yo la tenía en el bolsillo. ¿Dónde está tu ropa? No ... La carta ... ¡Ah!, ya me acuerdo ... la rompí toda, y la hice unos pedacitos muy chicos, muy chicos.

Y lo decía con una expresión muy ingenua, había algo como una gracia en su maldad, algo imposible de describir; yo tuve un vértigo y rompí los pasajes echándolos a sus pies. Sentía su hermosura envolverme como una llamarada. ¿Sabes dónde está ella, en este momento?... Si yo quisiera... ¿Ves cómo tiemblo?

He sabido que no era ya superiora por la monja que salió a abrirme en el colegio; una monja guapa, por cierto, con ojos muy severos y acento extranjero. ¡Ah, ! La hermana Desirée. Mal genio debe de tener. ¡Condenadísimo! No somos amigas. Cuando era educanda no me dejaba vivir. Hasta que un día vino el trueno gordo, ¿sabes?, quiero decir, hasta que le rompí la cabeza.

Pue tengo que darle a su mersé un recaíto...¿Quiere que entremo en el portal? Como usted guste repuse, fuertemente excitada mi curiosidad. Nos apartamos, en efecto, de la estrechísima acera, y ya dentro del portal, la mujer sacó del pecho una carta doblada y me la entregó. Rompí el sobre apresuradamente y fui derecho con los ojos a ver la firma. No la tenía. ¿De quién es la carta? De mi señorita.

416 Aunque rompí el estrumento por no volverme a tentar, tengo tanto que contar y cosas de tal calibre, que Dios quiera que se libre el que me enseñó a templar. 417 De naides sigo el ejemplo, naides a dirigirme viene; yo digo cuanto conviene, y el que en tal güeya se planta, debe cantar, cuando canta, con toda la voz que tiene.

La claridad de la luna a orillas del Sena, el sol dulce, los ensueños asomado a la ventana, los paseos bajo los árboles, el malestar o el bienestar causados por un rayo de sol o por una gota de lluvia, las asperezas del genio que me ocasionaba el aire un poco vivo y los buenos pensamientos que me inspiraba la ausencia de viento, todas esas blanduras de corazón, esa esclavitud del espíritu, esas sensaciones exorbitantes fueron examinadas y del examen resultó decretar que eran indignas de un hombre, y rompí todos aquellos hielos que me envolvían en un tejido de influencias y de fragilidades.