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Otras veces era una iglesia la que aparecía igualmente blanca, de una alba intensidad, sólo comparable a la de la espuma, con caperuza de tejas verdes y azules, y en torno de ella gráciles palmeras y rosales gigantescos.

Y en la parte llana hay cuadros de hortaliza, de fresas, de tomates, patatas, judías y pimientos, y su poco de jardín, con grande abundancia de flores, de las que por aquí más comúnmente se crían. Los rosales, sobre todo, abundan, y los hay de mil diferentes especies.

Al conde le dio un vuelco el corazón y comenzó a balbucir lamentablemente: Yo no ... La verdad que esta visita... Me alegraría que los rosales... Pero la dama, compadecida, no le dejó terminar. Pues, además de los rosales, vengo a ver toda la finca, y particularmente el bosque. Conque ya puede usted ir enseñándomelo dijo agarrándose resueltamente a su brazo.

Miéntras que se estaba disponiendo á morir, se voló del balcon el loro del rey, y fué á posarse en los rosales del jardin de Zadig. Habia derribado el viento un melocoton de un árbol inmediato, que habia caido sobre un pedazo de un librillo de memoria escrito, y se le habia pegado. Agarró el loro el melocoton con lo escrito, y se lo llevó todo á las rodillas del rey.

La otra ventana, en distinta dirección, daba sobre un bonito jardinillo á la francesa. Un salto de seis metros y la perspectiva de enredarse en los sostenes de los rosales; tampoco por allí podía hacerse nada. El cuarto de tocador estaba cuatro escalones más bajo y ocupaba una torrecilla redonda en un ángulo del castillo. Recibía la luz por una estrecha ventana, pero tenía reja.

Reinaba la más completa oscuridad, y todo cuanto pudimos saber, gracias a los rosales que nos rociaban con su húmedo follaje a cada ráfaga de viento, fue que estábamos en un jardín o cosa parecida. ¿Conoce usted al inquilino de esta casa? preguntó el juez a Yuba-Bill.

Con Schubert veo siempre dúos de amantes suspirando al pie de un tilo, y ciertos músicos franceses hacen desfilar por mi imaginación hermosas señoras que pasean entre parterres de rosales vestidas de color violeta, siempre violeta. Y usted, Gabriel, ¿no ve cosas? El anarquista asintió. ; también despertaba en él la música un mundo fantástico, de visiones más bellas que la realidad.

Necesito aire. Pasearon por la avenida orlada de rosales y transcurrieron algunos minutos, sin que se cruzara entre los dos una palabra. Leonora se mostraba pensativa, con las cejas contraídas y los labios apretados, como si sufriera la mordedura de penosos recuerdos.

Nolo, fingiendo ser un mozo que torna alegre de la feria, pasó por delante de la casa entonando en alta voz este cantar, que hemos repetido alguna vez cuantos nacimos en el valle de Laviana: Dicen que tus manos pinchan, para son amorosas. También los rosales pican y de ellos nacen las rosas. No llores, niña, no llores, no; no llores, niña, que aquí estoy yo.

Los nombres de antiguos ministros, de generales, de duquesas famosas por sus gracias, brillaban en las caras de estos enormes juguetes de mármol. Las primeras mariposas movían sus alas sobre los rosales, cuya sequedad invernal comenzaba a hincharse a impulso de los tiernos brotes.