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Vestía la hija de Doña Paca una bata de franela color rosa, de corte elegante, ya descompuesta por el mucho uso, las delanteras manchadas de chocolate y grasa, algún siete en las mangas, la falda arrastrada, revelándose en todo, como prenda adquirida de lance, que a su dueña le venía un poco ancha, por aquello de que la difunta era mayor.

Era un desfile brillante de autoridades y uniformes, que admiraba a los papanatas; grupos de chicuelos y mujeres se agolpaban ante los Eccehomos que se exhibían en las calles sobre un pedestal: imágenes manchadas con brochazos de sangriento bermellón, la corona de espinas sobre las lacias y polvorientas melenas que agitaba el viento, una caña entre las manos y a los pies una bandeja con céntimos y un viejo pedigüeño.

Luego, cuando nuestro estado moral se hacía completamente lamentable, bajaba con nosotros con aire radioso a los infiernos, y nos hacía palpar los suplicios que merecían las almas manchadas por el pecado; tras de lo cual, pasando por un atrevido giro de frase a menos horribles ideas, emergía poco a poco de las regiones infernales, permanecía algunos instantes sobre la tierra, nos depositaba tranquilamente en el cielo, y descendía del púlpito, con el paso triunfal de un conquistador que acaba de cortar algún nudo gordiano.

El carruaje cruzó por delante del palacio feudal de los Peñalta, cuyas vetustas paredes, manchadas a trechos de musgo, arrojaban sobre la calle un manto de sombra. ¡Qué haría a estas horas Ricardo! María no se dijo esto; no. Pasó sin dirigir siquiera una mirada furtiva a los góticos balcones, con la misma sonrisa serena y protectora. La sombra, no obstante, le produjo un leve temblor de frío.

Cuando mi madre me llamó un día, y después de darme dos palmetazos porque tenía las manos manchadas de tinta, me dijo que había determinado casarme, sentí mucha alegría, y al volver a mi cuarto rompí todas las planas de escritura, diciendo a D. Paco que yo era un hombre y no me daba la gana de obedecerle. A todas horas pensaba en mi mujercita y en las delicias del matrimonio.

Entonces haríais bien en bajar la criatura aquí dijo la excelente señora Kimble, vacilando, sin embargo, en poner en contracto las ropas manchadas de la niña con su bata de raso . Voy a decirle, a una de las sirvientas que venga a tomarla. No, no, no puedo separarme de ella; no puedo darla dijo Silas bruscamente . Vino espontáneamente hacia ; tengo el derecho de guardarla.

Dejando sus bellas luces Manchadas con negras sombras; Ni ave, ni fiera, ni pez, Ni planta, ni flor, ni hoja, En él quedarán: desaten Nubes y mares sus ondas. Se oye un temblor de tierra, y el ruido de un trueno, y el estrépito que hace el río de la Culpa, al acercarse; al mismo tiempo resuenan los lamentos de la tierra: ¡Piedad, Señor! ¡Señor, misericordia!

Después de atravesar un gran patio húmedo, mal empedrado, donde crecía por todas partes la hierba, rodeado de columnas toscas de piedra manchadas de musgo, ascendieron por una escalera de piedra y tosca también, con los pasos gastados por el uso.

Los mimbrerales alternaban con los prados, los álamos blancos con los sauces amarillentos. A la derecha corría lentamente un río deslizando sus aguas turbias entre las riberas manchadas de limo. A la orilla había barcos cargados de maderas y viejas chalanas rajados en el fondo como si jamás hubiesen flotado.

En un ángulo de la plaza estaba la tribuna de la música, un tablado bajo, cuyas barandillas acababan de cubrirse con telas de colorines manchadas de cera, como recuerdo de las muchas fiestas de iglesia en que se habían ostentado. ¡Música...! ¡músicaaaa! gritaba la gente. Y los músicos, azorados por el vocerío, iban hacia el tablado abriéndose paso en la muchedumbre.