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¡Vamos, vamos, Kimble; no os apresuréis tanto! dijo el squire . Dejad a los jóvenes las oportunidades de triunfar. Aquí está mi hijo Godfrey que os arrojará el guante si os apoderáis de la señorita Nancy.

¡Vamos, vamos, tomad una taza de y retened vuestra lengua, os ruego! dijo la alegre señora Kimble, sintiendo cierto orgullo de tener un marido que la reunión debía considerar como de los más hábiles y divertidos. ¡Lástima que fuera tan irritable cuando jugaba a la baraja!

De manera que os arreglaréis de modo de conseguir esa pequeña suma de dinero, y voy a deciros hasta la vista, bien que deplore dejaros. Dunstan se marchaba, pero Godfrey se precipitó tras él y lo tomó del brazo, diciendo con un juramento: Os digo que no tengo dinero... que no puedo procurarme dinero. Pedidle prestado al viejo Kimble. Os digo que no quiere prestarme más y que no lo pediré.

Era también la hora en que el squire prefería hablar en voz alta, repartir rapé y palmear las espaldas de los invitados a seguir sentado frente a la mesa de «whist». Esta preferencia exasperaba al tío Kimble que, estando siempre alegre en las horas de los negocios serios, se ponía grave y hasta violento cuando se trataba de jugar y beber aguardiente.

Hace cuarenta años que soy chantre de esta parroquia, y yo que cuando el pastor y yo denunciamos la cólera celeste el miércoles de ceniza, no se pronuncia ningún anatema contra aquellos que desean ser curados sin médico, diga lo que quiera el doctor Kimble.

Cuando el doctor Kimble recetaba una medicina, era natural que produjera su efecto; pero cuando un tejedor, que venía no se sabe de dónde, hacía maravillas con un frasco de agua parda, el carácter oculto del procedimiento se volvía evidente. No se había visto nada parecido desde la muerte de la bruja de Tarley, y ésta lo mismo se servía de drogas que de hechizos.

Supongo, Kimble, que ésa es la especie de venganza adoptada en vuestra profesión si os irritáis contra un enfermo dijo el pastor.

Silas Marner era probablemente capaz de hacer otro tanto, y aun más; ahora se veía muy bien por qué había venido de un país desconocido, y por qué tenía una fisonomía tan rara. Pero era preciso que Sally Oates no se lo fuera a decir al señor Kimble, porque el doctor no tomaría a bien lo que había hecho Marner.

En efecto, la señora Kimble, que hacía los honores de la Casa Roja en estas grandes ocasiones, vino al vestíbulo a recibir a la señorita Nancy y la llevó a los altos. La señora Kimble era la hermana del squire y la mujer del doctor, doble dignidad con la cual su diámetro estaba en razón directa.

El doctor y su mujer, el tío y la tía Kimble, estaban presentes. La conversación anual de la fiesta de Navidad tuvo lugar sin ninguna omisión.