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El primer oficial, secundado por los ayudantes de la comisaría, organizaba el desfile, cuidando de que todos, después de arremangarse el brazo, presentasen con la otra mano el papel de su pasaje. El acto de la vacunación era a la vez un recuento.

Frente a frente de ella, un poco más hacia la Puerta del Sol, asomaban por los balcones del Veloz-Club, bajo sus toldillos de verano, aristocráticos racimos de cabezas de gomosos desocupados, que miraban el democrático desfile con esa especie de medrosa curiosidad burlona, a la vez que tímida, con que se contemplan desde lo alto de un tendido los terribles retozos de una piara de ridículas bestias feroces; parecíales imposible en aquel momento que la bestia pudiera alguna vez alzar su zarpa hasta ellos.

Gillespie encontraba cada vez más interesante este desfile aéreo; pero de pronto, como si obedeciesen á una orden, todos los fulgores se extinguieron á un tiempo. En vano aguardó pacientemente. Parecía que los insectos luminosos se hubiesen enterado de su presencia al tocar con algunos de sus rayos la cabeza que surgía curiosa sobre los matorrales.

¡No poder distinguirse!... Un día el hotel del parque Monceau se conmovió con una terrible crisis de nervios y de lágrimas, acompañada de choque de puertas, llegada de automóviles, desfile de médicos. El teniente Delfour estaba herido de gravedad por la explosión de una granada. Odette quiso marchar al lado de su esposa inmediatamente.... ¡Imposible!

De pronto, por un misterio de asimilación mental, le pareció leer lo que pensaba aquella cabeza lloriqueante que permanecía á sus pies. La madre, impulsada por sus propias desgracias, había evocado las desgracias de los otros. También ella miraba al horizonte. Se imaginó ver más allá de la línea de los enemigos un desfile de dolor igual al de su familia.

Desfilaban los «pasos» del Sagrado Decreto, del Santo Cristo del Silencio, de Nuestra Señora de la Amargura, de Jesús con la cruz al hombro, Nuestra Señora del Valle, Nuestro Padre Jesús de las Tres Caídas, Nuestra Señora de las Lágrimas, el Señor de la Buena Muerte y Nuestra Señora de las Tres Necesidades; y este desfile de imágenes iba acompañado de «nazarenos» negros y blancos, rojos, verdes, azules y violeta, todos enmascarados, guardando bajo las puntiagudas caperuzas su personalidad misteriosa, de la que sólo se revelaban los ojos al través de los orificios del antifaz.

Por cierto que no parecía sino que estaba tirando del mismo hilo de que había tirado Leto poco antes, al ver cómo iban apareciendo en el desfile la mayor parte de las cosas y de los sucesos que acababan de desfilar por la cabeza del hijo del boticario.

La «polonesa», saliendo del paseo al aire libre, se introducía en los salones, serpenteando entre mesas y sillas hasta desembocar en el paseo de la banda opuesta, donde los instrumentos recobraban su primitiva sonoridad. Otras veces la música se perdía gradualmente, como si la absorbiesen las entrañas del buque, y el desfile iba descendiendo por las amplias escaleras a los pisos inferiores.

Terminado el cotillón, comenzó el desfile de la gente. Fué una retirada estrepitosa. Toda aquella muchedumbre se agolpó en el vestíbulo y en la escalinata, charlando en voz alta, riendo, gritando alguna vez en demanda del coche. El vasto jardín, iluminado por algunos focos de luz eléctrica, ofrecía un aspecto fantástico, inverosímil, como los paisajes de los cosmoramas de feria.

Los tunantes van a salirse con la suya. La música continuaba sonando y se reanudó el desfile de los brazos arremangados ante el grupo de blusas blancas. Ojeda estaba impresionado por la escena anterior.