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Pero los pueblos fuertes y rapaces se reían de sus consejos cuando los consideraban perjudiciales para su egoísmo, y en cambio los exhibían como obras maestras siempre que eran favorables á sus intereses. Por su parte, los pueblos adolescentes, ganosos de crecimiento, cuando tenían un vecino débil olvidaban á la Sociedad de las Naciones, apelando al eterno recurso de las armas.

Llegaban hasta ellos las ondulaciones del gentío al abrir círculo en torno de los vendedores que exhibían nuevas mercaderías. Ojeda se sintió molestado por esta confusión de gritos y empellones. «¿Si nos fuésemos arriba?...» Y por una de las escaleras que arrancaban de la cubierta de paseo, subieron al último piso del buque, llamado en el lenguaje de a bordo «cubierta de botes». Nadie.

Un ardor belicoso se había despertado en los emigrantes de popa, impulsando a unos contra otros. Los rusos jóvenes, de barbas de oro y camisas rojas, boxeaban con los alemanes de brazos nudosos y blancos. Se veían narices quebradas exhibiendo los remiendos de unas tirillas puestas en la farmacia. Los más forzudos exhibían con orgullo sus bíceps adornados con tatuajes azules.

Y exhibían ante la mirada atónita de los caseros, habituados á la vida sobria y humilde de la montaña, aquellas riquezas en fajos de papel mugriento. Los más acomodados del país se acercaban á ellos, aceptando sus apuestas con una sonrisa que parecía implorar perdón. La fiesta comenzó por la lucha de los aizkoralaris.

Y pensando esto, su mirada iba instintivamente hacia el mármol de una consola, donde antes se exhibían unos magníficos candeleros de plata guardados ahora en el Monte de Piedad; y miraba igualmente los cromos baratos que adornaban las paredes del salón, sustituyendo a dos grandes cuadros heredados de su padre, obra de Juan de Juanes, por los cuales le habían dado lo preciso para vivir durante un mes.

No iba ni uno que tuviera los cuatro apellidos vascongados. Y hablaba con orgullo de estos cuatro apellidos, que exhibían como una prueba de nobleza todos los del partido bizkaitarra. Pues, yo los tengo gritaba su interlocutor con acometividad, y digo que deseo que esta tarde les rompan el alma á los de la romería, y ¡ojalá arrastren á todos los jesuítas!

En otros puestos se exhibían viejos telescopios, cornetines, cartucheras de agrietado cuero, sillas de montar, y entre las ropas mugrientas asomaban, como una primavera moribunda, las pálidas rosas de alguna casulla. Por el centro de la calle pasaban los vendedores ambulantes con grandes cestos de quincalla, pregonando las piezas a real, desde la palmatoria al cepillo y el juego de peines.

Accedió Gallardo, y en una de las calles sin terminar inmediatas a la plaza, entró en una taberna igual a todas, con la fachada pintada de rojo, vidrieras con visillos del mismo color, y un escaparate en el que se exhibían, sobre platos polvorientos, chuletas empanadas, pájaros fritos y frascos de hortalizas en vinagre.

Por los alrededores del Arenal se veía en los buenos tiempos del paseo muy variados tipos y personajes callejeros, no faltando nunca por las tardes, los chiquillos de la candela que, provistos de mecha, ofrecían lumbre á los transeúntes fumadores; los viejos que exhibían á golpe de tambor las sorprendentes vistas de la máquina óptica, los vendedores de confites, los maestros de esgrima que acudían á la palestra pública, y para que nada faltase á aquel cuadro, era frecuente ver en los Malecones ó frente á la Resolana de la Caridad ó al pie del Triunfo, algunos frailes misioneros que escogían aquellos puntos para predicar, como ocurría al célebre padre Verita.

Había también algunas mesas cubiertas con manteles, donde se exhibían bizcochos y otros confites de remota antigüedad. La gracia de aquella romería estribaba en tomar leche por la mañana en la ermita, jugar luego con los pucheros y romperlos al fin, haciéndolos rodar por el monte abajo. Se comía a las doce el fiambre que se llevaba.