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Insensiblemente Carmen había ido creciendo y desarrollándose hasta convertirse en una mujercita muy linda y apuesta, sin que nuestro joven lo echase de ver. Cuando se efectuó la anterior escena podría tener catorce ó quince años.

¡Mentira! te dijiste: «Vaya unas horas oportunas que tiene mi mujercita para visitarme.» Y echaste de menos en seguida tu hermoso sueño interrumpido. ¡Qué idea! Al contrario; por ver estos ojos divinos, por acariciar estos cabellos de oro, por besar estas manos de nieve y de rosa velaría yo toda la vida. No seas embustero.

Estaba muy habladora su querida mujercita. Le recordó mil episodios de la vida conyugal siempre tranquila y armoniosa. ¿No quisieras tener un hijo, Víctor? preguntó la esposa apoyando la cabeza en el pecho del marido. ¡Con mil amores! contestó el ex-regente buscando en su corazón la fibra del amor paternal.

¡Bah! como si no lo supiera todo París... Por mucho que te ocultabas, mi pobre amigo, no engañabas á nadie y menos al marido. mismo me has confesado, , mismo, que esa señora te saqueaba de tal modo, que te habías arreglado conmigo para hacer economías. ¡Á tu salud, Lorenza! eres una mujercita que no compromete... ¡Oye, grosero!

¡Si cometiese semejante falta replicó la señora de Aymaret riendo , no sería una prudente mujercita!... Caía la tarde y las dos amigas se despidieron. Pero Elisa vino a ver a Beatriz con frecuencia hasta tanto que pareció ésta a la vizcondesa más calmada.

Era una verdadera madre la mujercita de la dulce sonrisa. En aquel grupo de conmovedora miseria había algo que él no había conocido jamás, y los dos pobres chicuelos, martirizados por el hambre, destinados a vivir como parias de la sociedad, gozaban lo que él, criado entre lujo y ostentación, no había tenido nunca.

Don Álvaro aprovechó la primera ocasión que tuvo para suplicar a Quintanar que obligase a su esposa a ver el Don Juan. Calle usted, hombre... vergüenza da decirlo... pero es la verdad.... Mi mujercita, por una de esas rarísimas casualidades que hay en la vida... ¡nunca ha visto ni leído el Tenorio!

Acordábase del furor inquebrantable y frío de aquella mujercita, que hablaba tranquilamente de la suprema venganza de los caídos, del desquite de largos siglos de opresión.

Vamos, no hablemos más de esto, mujercita mía; yo he estado loco y á los locos se les perdona todo; yo te compraré un justillo y una saya de terciopelo tomados de oro y collar y arracadas de corales, y te daré aquellos cintillos de diamantes que te gustan tanto.

Un retrato de mujer vino a colocarse por solo bajo su pluma. ¿Qué venía a hacer allí en medio de las victorias de Turena, aquella buena mujercita? ¿Y cuál de las dos era?... ¿Madama Scott o miss Percival? ¿Cómo saberlo?... ¡Se parecían tanto! Y Juan, penosa, trabajosamente, volvía a la historia de las campañas de Turena.