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Usted conoce muy bien al hombre que he elegido por marido: es... prosiguió Antoñita con voz ahogada lanzando una furtiva mirada al sepulcro de Magdalena como si quisiera pedirle aliento para hacer tal confesión, es... Felipe Auvray.

En la puerta aparecieron dos sombras; eran dos prometidos. Ambos avanzaron tímidamente, él dando vueltas al sombrero, y ella echando una mirada furtiva a la parisiense. La guardiana, arrancada a su sueño, sonreía con malicia mostrando sus cirios. Los novios eligieron dos del mismo largo, los encendieron juntos gravemente y los colocaron en el altar.

Desnoyers había estado en casa de sus padres antes de dirigirse á la Capilla Expiatoria. Una entrada furtiva en el gran edificio de la avenida Víctor Hago. Había subido al primer piso por la escalera de servicio, como un proveedor. Luego se había deslizado en la cocina lo mismo que un soldado amante de una de las criadas.

La fastidiosa infección en un dedo que me tuvo tres días febril e impaciente, fué para ellas una absoluta prueba de la rabia que comenzaba, de donde su consternación, más angustiosa por furtiva. Y así el menor cambio de humor, el más leve abatimiento, provocáronles, durante cuarenta días, otras tantas horas de inquietud.

Ante aquella prueba de saber, Aarón lanzó una nueva mirada furtiva por detrás de la silla. , la verdad es que las habéis podido leer fácilmente dijo Dolly . Ben me la ha leído muchas veces, pero se me van de la cabeza. Es tanto más sensible cuanto que son buenas letras; de otro modo no estarían en la iglesia.

Quedóse tamañito el señor Pulido ante el perfil de perro dogo de Bismarck que las palabras del diplomático evocaban sobre la mesa, y comprendiendo que se le recordaba con aquel elegante giro que el undécimo mandamiento de la ley de Dios es no estorbar, despidióse esta vez con el dedo índice muy plegadito, medrosico y esperanzado, mas no sin echar antes una ojeada furtiva al proyecto de tratado secreto con Alemania, que la extendida mano del diplomático parecía proteger contra todo amago de curiosidad.

Esta, en el momento de irse, le oprimió la mano fuertemente, como para pedirle, con esta seña furtiva, que fuese buena para Muñoz. Se sentaron juntos y él comenzó, penosamente, a repetirle los reproches de siempre, sin encontrar palabras oportunas ni decisivas. La sentía a su lado protegida como por un gran resplandor. Estoy muy mal esta noche, Muñoz, exclamó ella.

Había arrostrado el peligro por ver la caza furtiva, y ahora no le inspiraba interés. Prefería permanecer inmóvil, en dulce quietud, dolorido por la fatiga, acariciado por la paz que parecía descender de lo alto. Estaba allí como si la selva fuese suya. ¿Por qué habían de presentarse los guardas? La hermosura de la noche desvanecía su miedo, repelía de su ánimo toda posibilidad de peligro.

Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. El, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

El carruaje cruzó por delante del palacio feudal de los Peñalta, cuyas vetustas paredes, manchadas a trechos de musgo, arrojaban sobre la calle un manto de sombra. ¡Qué haría a estas horas Ricardo! María no se dijo esto; no. Pasó sin dirigir siquiera una mirada furtiva a los góticos balcones, con la misma sonrisa serena y protectora. La sombra, no obstante, le produjo un leve temblor de frío.