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Pero yo jamás olvidaré que aquella noche, al oír el estertor de un hombre invisible, el horrible maullar de cien felinos y los acentos de terror de un pobre indio, la sangre se heló dentro de mis venas, erizáronse mis cabellos, se estremeció todo mi cuerpo, y lo confieso !tuve miedo!

Un frío mortal heló la sangre en sus venas... una mano de hierro le oprimió el corazón... Luego, acordándose de lo que acababa de ver... y de oír... porque ella le había hablado... , le había hablado por señas, abandonó su asiento de la orquesta y se lanzó a la calle, murmurando: Si esta vez también me engaño... si es una nueva alucinación... o me volveré loco... o me mato.

Lo que se ha dicho de la vista puede aplicarse á todas las sensaciones; ¿hasta qué punto será valedero pues el testimonio del sentido comun en cuanto nos lleva á objetivar la sensacion? hélo aquí. Para las necesidades de la vida es necesaria la seguridad de que á las sensaciones les corresponden objetos externos; á esto asentimos con impulso irresistible, todos los hombres, sin distincion alguna.

Cuando Materne, sus hijos y Rochart atravesaban el obscuro pasillo alumbrado por la luz de una linterna, oyeron a la izquierda un grito que les heló la sangre en las venas, y el leñador, medio muerto, exclamó: ¿Por qué me traéis aquí? No quiero, no... No consentiré que me hagan nada. Abre la puerta, Frantz dijo Materne con la frente cubierta de un sudor frío ; ¡abre pronto!

No oye misa, y eso que ningún trabajo le costaba, puesto que podría oírla sin salir de casa. ¿No será un hipócrita? ¿No continuará tan apóstata como antes? ¿Salvará su alma? Mi señora Emperatriz y mi señor don Restituto respondió el Padre Alesón , ¿les merece confianza mi dictamen? ¿? Pues helo aquí, por lo sucinto: Belarmino es un cuitado; Belarmino carece de alma racional.

Apodérase la fiebre de todo su ser, métese en cama... Al cabo de veinticuatro horas encuéntrase el esposo á su lado. ¿Quién le ha avisado? Ella no. Una manecita, con caracteres muy gruesos, ha escrito lo que sigue: «Querido papá: venid cuanto antes. Mamá está en cama. El otro día la decir: ¡Si le tuviese á mi ladoHelo aquí: ya está buena. ¡Hombre feliz!

Avivaron otra vez el fuego; los hombres se tendieron delante de la puerta, y pocos momentos después dormían todos a pierna suelta. Don Jorge tenía el sueño ligero; antes de apuntar el día, despertó aterido de frío. Al remover con un tizón el moribundo fuego, el viento que soplaba entonces con fuerza llevó a sus mejillas algo que le heló la sangre: la nieve.

Y eso del don Juan Tenorio vaya usted a decírselo a Mesía gritó Orgaz hijo desde la puerta, dispuesto a echar a correr si la pulla ponía fuera de al bárbaro de Pernueces. No hubo tal cosa. ¡Silencio! se atrevió a decir bajando la voz Joaquinito, sin dejar la puerta. ¿Cómo silencio? A nadie... ¡caballerito! Se oyó una carcajada sonora, retumbante, que heló la sangre del fogoso Ronzal.

Para Pinho no hay otro bien como el uso de la guayaba, y en cuanto supo que yo era un poseedor de inscripciones, un semejante suyo, capitalista como él, no dudó, no se retrajo más de su deber humano, y practicó en seguida el acto de beneficio, y hélo aquí ruborizado y feliz, trayendo su dulce dentro de una servilleta. ¿Es el comendador Pinho un ciudadano inútil? ¡No, ciertamente!

En tal caso, los primogénitos perecen; y sólo muy abajo, entre los obscuros segundones de alguna clase pariente, surge la nueva serie que ascenderá más arriba. El hombre fué, no su hijo, sino su hermano, un hermano cruelmente enemigo suyo. Helo aquí, el fuerte entre los fuertes, el ingenioso, el activo, el cruel rey del mundo.