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Acerqueme al grupo de donde salía aquella charla retumbante, que dominaba las demás voces, y quedé asombrado, reconociendo al mismo D. José María Malespina en persona. Corrí a él para decirle que estaba su hijo, y el buen padre suspendió la sarta de mentiras que estaba contando para acudir al lado del joven herido.

Mas Godoy, que ya entonces era Valido, se obstinó en proseguirla, sólo por llevarme la contraria, según he entendido después. Lo más gracioso es que el mismo Godoy se vio obligado a concluir la guerra en el verano del 95, cuando comprendió su ineficacia, y entonces se adjudicó a mismo el retumbante título de Príncipe de la Paz.

El estado de la literatura entre nosotros, y el heroísmo que en cierto modo se necesita para dedicarse a las improductivas letras, es la causa que hace a muchos de nuestros literatos más insoportables que los de cualquiera otro país: añádase a esto el poco saber de la generalidad, y de aquí se podrá inferir que entre nosotros el literato es una especie de oráculo que, poseedor único de su secreto y solo iniciado en sus misterios recónditos, emite su opinión obscura con voz retumbante y hueca, subido en el trípode que la general ignorancia le fabrica.

Tan presto oíamos el silbido lúgubre del viento, el zumbido de los árboles azotados por la borrasca, el ruido del agua al caer sobre las hojas en tenue lluvia ó en violento aguacero, el estruendo del torrente y la cascada, como la voz del ave que canta, gime ó arrulla, el grito del águila sobre las altas rocas, los indefinibles rumores del bosque umbrío, la vibracion metálica del aire desgarrado por el rayo, los rugidos del huracan y el estallido del trueno retumbante.

Desdobló, pues, el luengo papel, tosió limpiando el gaznate, se atusó los largos bigotes, y con voz cavernosa y retumbante dio principio a la lectura de una sarta de endecasílabos cojos, mancos y lisiados, tan rematadamente malos como obra que eran del mismo personaje que los leía.

Como un bárbaro, ¡qué de atrocidades he cometido sin querer, cuando en los primeros años de mi infancia salía á estudiar por el campo y me instalaba en el tronco cavernoso de un sauce, para leer cómodamente alguna novela ó declamar versos con retumbante voz...! #El baño#

A ratos se oía el «meee» tembloroso de algún corderito afligido; el silbar, agudo y breve, de los cardenales bajo el corredor; la carcajada burlona de los «pirinchos» y el trueno retumbante y sordo de una gran tormenta que avanzaba lentamente, como llevada por viejos bueyes cansados.

Doña Rebeca, furibunda, le puso los puños junto a la cara, gritándole: eres la santa..., ¿eh?...; la santa, ¿y me insultas llamándome loca? La infeliz, rompiendo a llorar, gimió: ¿Yo?... , , la santita, el agua mansa, que parece que nunca has roto un plato.... Y se dió a hacer gestos por la casa adelante, con las manos en la cabeza y la voz retumbante rodando por los pasillos.

La cosa era inaudita, porque yo no le conocía ningún novio. Pero entonces lo arreglaban todo los padres, y lo raro es que a veces no salía del todo mal. Pues un joven de gran familia pidió su mano, y mis amos se la concedieron. Este joven vino a casa acompañado de sus padres, que eran una especie de condes o marqueses, con un título retumbante.

Y eso del don Juan Tenorio vaya usted a decírselo a Mesía gritó Orgaz hijo desde la puerta, dispuesto a echar a correr si la pulla ponía fuera de al bárbaro de Pernueces. No hubo tal cosa. ¡Silencio! se atrevió a decir bajando la voz Joaquinito, sin dejar la puerta. ¿Cómo silencio? A nadie... ¡caballerito! Se oyó una carcajada sonora, retumbante, que heló la sangre del fogoso Ronzal.