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Y acercándose a la ventana sujetó a la Regenta por los hombros, le habló al oído, le llenó de besos estrepitosos la cara y corrió a su cuarto, haciendo antes una mueca de conmiseración burlesca a Joaquinito Orgaz que, cabizbajo y tristón, rondaba por los pasillos. Vamos, vamos, ya ves que todos se retiran. Víctor, a la cama.

Miró el reloj muchas veces y preguntó a Joaquinito Orgaz, aparte, pero de modo que lo oyeran los demás: ¿Sabe usted si don Pedro el picador tiene todavía sables de...? Y lo demás lo dijo en voz baja. Orgaz no sabía nada; Ronzal hizo un gesto de disgusto y salió del Casino, diciendo: Adiós, señores. ¿Ven ustedes? Lo que yo decía. Duelo tenemos. Aquellos señores se declararon en sesión permanente.

La ciudadana salió muy afligida, y le dijo: A ver cómo le ponemos una ayuda á Joaquinito, que está muy malo. ¡Si vieras qué vomitona le ha dado! ¿Se la pongo de malvas? Póngasela de demonios cocidos, hermana exclamó Tres Pesetas furibundo. Poco á poco, señores contestó Calleja. ¿De malvas ó de aceite?

¡Aquí! ¡aquí! ¡a trabajar todo el mundo! gritaba Visita chupándose los dedos llenos de almíbar. ¿Pero qué es esto, señoras? ¿No estaban ustedes en casa de Visita preparando la merienda? Visita se ruborizó levemente. Se celebró a carcajadas el chasco que se llevaría el pobre Joaquinito Orgaz, que había ido a caza de Obdulia.... Obdulia lo explicó todo.

Muy afligida Emilia al ver la resolución de Isidora de llevarse a su hijo, no se atrevió a poner resistencia; pero Juan José, hablando con firmeza y tesón, dijo que no entregaría a Joaquinito, porque Isidora, con su mala conducta, perdía los derechos de madre, y que él estaba decidido a llevar la cuestión a los Tribunales, seguro de que el juez le autorizaría para retener al desgraciado niño en su poder.

Señores, a me ha dicho Joaquinito Orgaz que los vestidos que luce en el Espolón esa señora.... Son bien escandalosos... dijo el Deán. Pero muy ricos observó el pariente del ministro.

Todos hablaban; Paco quería también secularizar a las monjas; Joaquinito Orgaz comenzó a decir chistes flamencos que hacían mucha gracia a la Marquesa y a Edelmira. Visitación llegó a levantarse de la mesa para azotar con el abanico abierto a los que manifestaban ideas poco ortodoxas.

Joaquinito, encarnado de placer, y un poco por el anís del mono que había bebido, creyó del caso coronar el edificio de su gloria cantando algo nuevo. Se puso en pie, estiró una pierna, giró sobre un tacón y cantó, o se cantó, como él decía: Ábreme la puerta, puerta del postigo.... «Era preciso acabar con las preocupaciones del pueblo. ¡La Regenta! ¿Dejaría de ser de carne y hueso?

Van apostados. Pues bueno ¡ajajá! Que traigan el Calepino, ese que hay en la biblioteca. ¡Que lo traigan! Un mozo trajo el diccionario. Estas consultas eran frecuentes. Búsquelo usted primero con h dijo Ronzal con voz de trueno a Joaquinito, que había tomado a su cargo, con deleite, la tarea de aplastar al de Pernueces. Don Frutos se bañaba en agua de rosa.

Estaban, como siempre a tal hora, en la sala contigua al gabinete rojo, el del tresillo. Ciertos son los toros. Cuando el río suena.... Pero ¿qué suena? preguntó Orgaz padre, que algo sabía. Joaquinito, que se daba aires de saber muchas cosas, dijo: Nada, señores, yo digo a ustedes que no hay nada.... Pues con permiso de usted yo que hay grandes novedades.