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Pero venga usted acá, señor don Gil dijo Calleja, haciendo todo lo posible por engrosar la voz. ¡Si sabré yo quién es Alcalá Galiano y los puntillos que calzan todos ellos! ¡A con esas! Yo, que les calo á todos desde que les veo, y no tengo más que oírles decir castañas para saber de qué palo están hechos....

Denso rubor, como el aterciopelado carmín de las rosas, coloreaba sus mejillas; pero en seguida, al reconocer al mancebo, una sonrisa hospitalaria, hechicera, talismánica, que mostró la blancura de sus dientes, tornó, al pronto, su semblante claro y tranquilo como la luna. ¡Ah!, ¿eres , señor don Ramiro? exclamó. ¡Bienvenido seas! Perdón, si ayer os hice daño con la flor, en la calleja.

Además, casi todos los días que siguieron, presentábase en el patio el morisco del precioso puñal, y después de hablar un instante con la anciana, se internaba de nuevo en las habitaciones. Otro incidente vino a preocuparle. Un mediodía, al llegar a la casa misteriosa más temprano que de costumbre, sorprendió, apostado en la calleja, al campanero de la Iglesia Mayor.

¿Qué haces, Nela? ¡Ah!, niño mío, estoy bailando. Mi contento es tan grande, que me han entrado ganas de bailar. Pero fue preciso saltar una pequeña cerca, y la Nela ofreció su mano al ciego. Después de pasar aquel obstáculo, siguieron por una calleja tapizada en sus dos rústicas paredes de lozanas hiedras y espinos.

Pero Mauricio, en vez de apretar el paso, como aquel á quien se espera, le acortaba. Dobló la esquina de la calleja y allí se detuvo su tutor. Mauricio avanzó hasta que pudo descubrir el terraplén de la quinta y allí, oculto detrás de una espesura de madreselvas que brotaban en la cerca de un jardín, esperó.

¿Qué hay? dijo éste acercándose é interrumpiendo una patriótica y barberil alocución que había comenzado. Que vaya usted en seguida á sangrar á don Liborio que está muy malito. Demonio de enfermo: mañana le sangraré. No puede esperar: vaya usted pronto exclamó el criado. Señores, ¿qué hago? preguntó el barbero á sus amigos. No vayas, Calleja: que se sangre él solo.

Señores afirmó Calleja, repito que todos esos son unos muñecos al lado de Romero Alpuente. ¡Cómo puso á los frailes hace dos noches! ¿A que no saben ustedes lo que les dijo? ¿A que no saben...? Ni al mismo demonio se le ocurre.... Pues los llamó.... ¡sepulcros blanqueados!... Miren qué mollera de hombre.... No se empeñe usted, Calleja refunfuñó el ex covachuelista con alguna impertinencia.

Enemigo do asonadas tumultuosas, había tomado sus medidas para impedir la procesión. Una parte del pueblo se agolpó junto á su casa en la noche del 17, atronando toda la calle con espantosa cencerrada. ¡Serenata á Morillo! dijo Calleja saliendo de la Fontana y reuniendo toda la gente dispuesta para el caso que por allí pasaba. No sabemos por donde vino; pero allí estaba Tres Pesetas.

Pensaba ella que una fuerza sobrenatural le tiraba de la mano y que iba fatal y necesariamente conducida, como las almas que los brazos de un ángel trasportan al cielo. Aquel día tomaron el camino de Hinojales, que es el mismo donde la vagabunda vio a Florentina por primera vez. Al entrar en la calleja la señorita dijo a su amiga: ¿Por qué no has ido a casa?

La sangre de doña Ana circuló con fuerza, ardió, la dieron fuertes latidos las sienes y el corazón; se nublaron sus ojos... Era la hora de la cita; resonaron inmediatamente pasos en la calleja; doña Ana escuchó con toda su vida apoyada en el alféizar de la ventana que daba sobre el postigo; luego resonó una llave en aquel postigo; la alegría dió fuerzas á doña Ana; la esperanza valor; se retiró precipitadamente de la ventana; tomó la luz que había en la habitación, y entró en otra que era su dormitorio; de allí pasó á otra que era su cámara; allí encendió una linterna de resorte que tenía preparada, la cerró, la puso sobre una mesa, apagó la bujía y se quedó á obscuras esperando impaciente en medio de la cámara.