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Pedro, sin dejar lo principal, que era la comida de sus amos, colaboraba sabiamente. Había empezado por tolerar nada más aquella irrupción de la merienda. La cocina daba espacio para todo; aquello no valía nada, y otorgó el cocinero su indispensable permiso con un desdén mal disimulado.

Hasta hace dos meses no me atreví á decirle que la quería sino con los ojos; ya lo habrán ustedes notado. El viernes pasado me dió un rizo de pelo. Pensé que me volvía loco de alegría... Fué la tarde en que les pagué á ustedes la merienda y unas cuantas botellas de amontillado... ¡Mentira! ¡mentira! gritaron todos á un tiempo. ¡No has pagado nada!

En esta cesta ha puesto él, Sarrió, una suculenta merienda para que Azorín se la coma en el camino. ¡Es la última muestra de simpatía! Azorín le dice Sarrió , tenga usted cuidado de que no se estruje la uva que va en la cesta... Cuando se coma usted esa uva que yo he cogido en el huerto, acuérdese, Azorín, de que aquí deja un amigo sincero.

Cada uno de estos hurtos los amenizaba con carcajadas, explicaciones humorísticas que ya no hacían reír. Todos sabían que aquél era el vicio de doña Visita. Las señoras dejaron a los criados el cuidado de la merienda y se fueron a lavar las manos, y arreglar traje y peinado. Ya sabían dónde estaba el tocador para tales casos. Era la habitación donde había muerto la hija segunda de los Marqueses.

... ... con vinos y licores. Pues bien, tomo diez doblones. Tomad lo que queráis. ¿Y para cuando ha de estar dispuesta esa merienda? Para esta noche á las ocho. Es muy pronto. Tomad por vuestro trabajo lo que queráis. No, no es eso. Lo que importa es tener cocina y utensilios. Cocina tendréis; utensilios, compradlos. Entonces se necesitan otros cuatro doblones.

Y los señores principales consumieron en abundancia el famoso vino de Chiraz a pesar de Mahoma, mientras que la gente menuda se regaló con arrack, bebida fermentada de la India, harto menos costosa. Las dos damas fueron muy admiradas y requebradas, rayando en frenesí el entusiasmo que excitaron, sobre todo hacia el fin de la merienda.

El perro había pasado por encima de Anita; no había querido morderla. Ella entonces, desde la otra orilla, le llamó y le dijo: Chito, toma, ahí tienes eso. Era su merienda que llevaba en un bolsillo; un poco de pan con manteca mojado en lágrimas. Casi siempre comía el pan de la merienda salado por las lágrimas.

Deje usted, ahí tengo yo cuenta». Después todo aquello aparecía en la cuenta del Marqués. Equivocaciones; como habían ido sus criados a comprar.... Se comían la merienda. En la primera noche de tertulia se hacían los comentarios. Visita, ¿qué tal, nos hemos empeñado? Poca cosa... un piquillo... Pues a ver, a ver, que se pague. Nada más justo. A escote. Dejen ustedes, ¿se quieren ustedes callar?

Guardiana mendigó, esperó a los devotos que iban al santuario, rondó a los que llevaban merienda, pidiéndoles las sobras, y tanto hizo, que nunca les faltó a sus chiquillos de comer, aunque ella ayunase a pan y agua.

Además dijo entre dientes, he prometido dos centavos a San Antonio si sale bien la gran merienda. Esa gran merienda de que habla Celestina con énfasis, es un simple que todos los años, el 25 de noviembre, ofrece la abuela a sus amigas y a las mías solteras.