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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Aquellos grandísimos puercos que adoraban gatos, puerros y cebollas, le hacían mucha gracia al orador sagrado. «¡Con qué sandunga les tomaba el pelo a los egipcios!», según expresión de Joaquinito Orgaz, religioso por buen tono y que creía sinceramente que era un disparate la idolatría.

El señor Magistral dijo Mesía, hablando por primera vez al corro no es un místico que digamos, pero no creo que sea solicitante. ¿Qué significa eso? preguntó Joaquinito Orgaz. Se lo explicó Foja. Se discutió si el Magistral lo era. Dijeron que no Ronzal, Orgaz padre, el Marquesito, Mesía y otros cuatro; que Foja, Joaquinito y otros dos.

Y eso del don Juan Tenorio vaya usted a decírselo a Mesía gritó Orgaz hijo desde la puerta, dispuesto a echar a correr si la pulla ponía fuera de al bárbaro de Pernueces. No hubo tal cosa. ¡Silencio! se atrevió a decir bajando la voz Joaquinito, sin dejar la puerta. ¿Cómo silencio? A nadie... ¡caballerito! Se oyó una carcajada sonora, retumbante, que heló la sangre del fogoso Ronzal.

Atónita y embobada estaba la de Rufete, paseando su alma con las miradas por el interior de la hermosa cajita, y si bien la cantidad no era fabulosa ni mucho menos, por ser todos los billetes pequeños, la pobre joven, que tanto se dejaba llevar de la hipérbole, creía ver pasar por entre los dedos de Joaquinito Pez toda la corriente del dorado Pactolo.

¿Pues no le estaba poniendo varas al Provisor?». Esto que no lo notaban, o fingían no verlo, los demás convidados, lo estaba observando él por lo que le importaba. Pero no se daba por vencido, insistía en galantear a la viuda, fingiendo no ver lo del Magistral. Ordinariamente Obdulia y Joaquinito se entendían. «¡Señor! ¡si había llegado a darle cita en una carbonera!

Ello es, que Frígilis tuvo que devolver a Álvaro la promesa de huir y mandarle buscar padrinos. ¿Y Mesía? En general, Joaquinito estaba bien enterado. Mesía se lo había dicho todo al Marquesito que había ido a verle a la fonda.

El señor Orgaz se atrevió a murmurar: Hombre, eso de exigir... , señor; exigir. ¡Y hago la cuestión personal! Pero ¿qué es lo que usted exige? preguntó el muchacho agotando su valor en este rasgo de energía. Exijo lo que tengo derecho a exigir, eso es; y repito que hago la cuestión personal. ¿Pero qué cuestión? ¡Esa! Joaquinito volvió a encogerse de hombros, pálido como un muerto.

Estas y otras calidades distinguían a Pepe Ronzal, a quien Joaquinito Orgaz tenía mucho miedo. Tal vez sabía el de Pernueces que Joaquín imitaba perfectamente sus disparates y manera de decirlos. Además, Ronzal aborrecía a don Álvaro Mesía y a cuantos le alababan y eran amigos suyos. Joaquín era uña y carne del Marquesito el hijo del marqués de Vegallana y este el amigo íntimo de don Álvaro.

Dio también en pensar que maldito lo que le importaba que la conciencia fuera la intimidad total del ser racional consigo mismo, o bien otra cosa semejante, como quería probar, hinchándose de convicción airada, Joaquinito Pez. No tardó, pues, en aflojar la cuerda a la manía de las lecturas, hasta llegar a no leer absolutamente nada.

Finalmente, que me dio el guano, o sean ocho mil reales, cogió su pagaré, y a vivir. Lo que yo le decía a usted observó doña Lupe casi sin poder hablar, con la alegría atravesada en la garganta . El tal Joaquinito Pez es una persona decente.

Palabra del Dia

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