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Bastante me has sobado ayer tarde. Me he lavado tres veces. Eché sobre un frasco de rosa blanca y todavía a las doce de la noche me olía mal. Olor de tabaco. No: el olor del tabaco me gusta. Olor de viejo. Esta salida brutal no despertó la indignación del duque como era de presumir. Soltó una carcajada y le dió una palmadita cariñosa en la mejilla. Pues no me salen baratos los besos.

La esposa de Cuadros, que respondía a sus amigas con sonrisas de conejo y parecía muy preocupada por pensamientos tristes y misteriosos, abalanzóse a doña Manuela, saludándola con apretado abrazo y sonoros besos. Parecía una desesperada que encuentra al fin el medio de salvación. Tenemos que hablar, doña Manuela le dijo al oído . No, ahora no; después se lo contaré todo. ¡Ay, si usted supiera...!

Esta... le contesté, y avanzando sobre el espacio del balcón hasta el rincón en que termina la reja, la impulsé suavemente, le saqué en un segundo uno de sus guantes, le tomé la mano, la llevé a mi boca, la rodeé con mis brazos el cuello y la cubrí de besos mudos e intensos que ella rehuía apenas, riendo entrecortadamente con cierta frialdad irritante.

Cristeta prosiguió: Tal vez no me perdones estos engaños, hijos de mi amor, y, sin embargo, me agradecerías los besos que ahora te diera, aunque fuesen robados a otro hombre. Te juro que no he mentido en nada.

Cualquiera que sea el terrible porvenir, el porvenir de sangre y de lágrimas que reserváis a los réprobos, permitid, permitid ¡oh Dios! que Eulalia me sea devuelta un momento, ¡que un solo momento este pobre corazón palpite contra el suyo! ¡que mi débil existencia pueda desvanecerse en la embriaguez de sus miradas y de sus besos! ¡que pueda morir en su amor! ¡Y a este precio, un infierno!

Y fué su llanto de lágrimas de oro, de besos de quebranto, y de terror, después que vió a sus vírgenes completamente yertas, después que vió a sus islas completamente muertas, Y sobre todo, muerto para él, todo el amor. Mirad.

Soledad le cogió de la mano, le condujo suavemente hasta el ángulo más oscuro de la tienda y, echándole los brazos al cuello, le dijo: Se me ofrece esto. Y al mismo tiempo cubrió de apasionados besos su rostro. El guapo se dejó besar con condescendencia.

Sus besos enjugaban mis lágrimas y sus abrazos se estrechaban á medida que sus palabras se hacían mas tiernas.

Unas veces le hacía señales de que entrase, otras de que no entrase, y D. José obedecía con humildad. Llamole un día con agraciado gesto, desde dentro, alzando el visillo y mostrando su cara preciosa tras el cristal. Relimpio subió. ¡Cómo le palpitaba el corazón! Entró, cogió en sus brazos al niño, diole mil besos en la frente, en los rizos, y cargado con él, entró en la sala.

Al pasar por el Mercado Nuevo, nos apeamos, recorrimos una de sus espaciosas galerías, vimos camarones, compramos por valor de un franco de esta fruta marítima, tornamos al coche, y en el momento de montar, levantamos los ojos, y vimos á una jóven como de diez y ocho á veinte años, que, sentada en el balcon de un piso segundo, se entretenia en dar muchos besos al pico de un loro.