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Actualizado: 23 de julio de 2025


Rojas llamas se levantaron lamiendo y escalando los muros. Negra y espesa humareda envolvió el edificio como en velo enlutado de fúnebres crespones. Nada había advertido Morsamor. Satisfecha en Balarán su venganza, daba rienda suelta a su pena, abrazado al cuerpo inerte de Urbási, cubriéndole de besos y de lágrimas y anhelando hacerle revivir con su aliento.

Veremos... dijo distraída Jacinta levantándose, porque había oído el repique del timbre con que su marido llamaba. Faltaba algo antes de que Adoración se despidiera. Su protectora le daba siempre una golosina, y aquel día hubo de olvidarse. Quedose parada la niña en medio del gabinete aun después de los últimos besos de la despedida.

que mueve á Catulo, entre los brazos de Lesbia, cubriéndola de besos, en noches consagradas al amor, á pensar en aquella perpetua noche que tenemos que dormir todos, Nox est perpetua una dormienda;

Comprendió que era inútil resistir. A toda hora, el perfume de la mujer le embriagaba. Estaba en el ambiente, en su boca, en sus manos, en sus vestidos. Era el dejo axilar, mezclado a un perfume de jazmín y de algalia. Sus besos húmedos, anchos, tenaces, se le quedaban en los labios. Ella no le hizo sufrir la tortura de una larga impaciencia.

Por los tristes dolores que sufríste, por los que has de sufrir, seca tu llanto, y a la pálida novia que a viene, sedienta de tu amor, abre los brazos. Sonríe, poeta del dolor, sonríe: la hora de los besos ha sonado. La vida es un dolor. Es algo incierto, lleno da brumas y de ensoñaciones que nos hacen temblar. Sepulcro abierto para enterrar en él las ilusiones.

Hubo fiesta, convite, amigos, parientes, enhorabuenas, besos y abrazos, hasta lágrimas, y al caer la tarde, la recién casada se mudó de vestido para emprender el inexcusable viaje de novios.

Quintanar dejó caer al suelo un impermeable, como Manrique arroja la capa en el primer acto del Trovador; y en cuanto tal hizo, saltó a los brazos de su mujer, llenándole de besos la frente, sin acordarse de que había testigos.

¿Quién es ese señor? replicó Juana. El señor de Maurescamp...; mira, hijita mía, ésta es demasiada felicidad... Habituada a creer a su madre infalible y viéndola tan feliz, la señorita Juana no tardó en serlo también, y las dos pobres criaturas mezclaron por largo rato sus besos y sus lágrimas.

Apenas dijo estas últimas palabras Sancho, cuando volvió a sonar la música de las chirimías y se volvieron a disparar infinitos arcabuces, y don Quijote se colgó del cuello de Sancho, dándole mil besos en la frente y en las mejillas.

Alejábanse y volvían a juntarse, con nuevos besos, como si Fuese él a emprender un interminable viaje. Por fin, se separaron en el rellano de la escalera. Cierra, bien dijo Maltrana, como si temiese los mayores peligros durante su ausencia. Y sólo se decidió a bajar cuando vio cerrada la puerta y sonaron tras ella los ruidos de la llave y el cerrojo.

Palabra del Dia

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