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Los que llevaban compañía, charlaban; los que iban solos, echaban pestes de vez en cuando, entre dientes, contra el barro. Sólo el cielo mostraba un semblante sombrío y melancólico, adecuado a las circunstancias. Recorrimos la calle de Hortaleza, y al llegar cerca del Saladero hallamos un gran montón de gente que invadía los alrededores y que nos detuvo.

Y no era extraño, porque con el Duque por un lado y el Rey por otro, Zenda les parecía indudablemente el centro de toda Ruritania. Recorrimos las calles al paso de nuestros caballos, pero les pusimos al galope tan luego salimos al campo. ¿Quiere usted atrapar a ese Juan de que habla? preguntó Tarlein. , y convendrá usted conmigo en que he cebado bien el anzuelo.

Después de contemplar y conmemorar todas estas cosas, sentados al pie de la estatua de Fray Luis de León, penetramos al fin en la Universidad, y recorrimos con profundo respeto aquellos antiguos claustros, donde se pasearon, en la alegre edad de su adolescencia, tantos y tantos hombres ilustres. Admiramos los magníficos artesanados de aquellos techos.

Francamente, yo no lo sabía, ni lo aún. Cuando recorrimos el campo francés, pudimos observar la terrible situación de nuestros enemigos. Los carros de heridos ocupaban una extensión inmensa, y para sepultar sus tres mil muertos, habían abierto profundas zanjas, donde los iban arrojando en montón, cubriéndoles luego con la mortaja común de la tierra.

Yo me alcé de hombros... ¿Qué tenía que ver eso conmigo?... Recorrimos en silencio, siempre del brazo, unas callejuelas imposibles. Las casas, aunque rígidas e inmobiles, hacíannos al pasar muecas y gestos, unas veces de paz y amor, otras de odio y cólera. Pululaban allí lechuzas, viejas y ánimas en pena. ¿Has notado, Nanela pregunté a mi amada que en esta ciudad siempre es noche?

Por último, resolvimos asistir nosotros también al espectáculo que se preparaba en la vecina villa, y poniéndonos en marcha, pronto recorrimos las dos leguas de camino llano. Mucho antes de llegar divisamos una gran columna de humo que el viento difundía en el cielo. La villa de Valdepeñas ardía por los cuatro costados.

Una vez montados, recorrimos de nuevo el camino hecho, pero en vez de subir a Cincha, bajamos nuevamente por una senda más abrupta aún que la anterior. La vegetación era formidable, como la de todo el suelo que se avecina al Salto, fecundado eternamente por la enorme cantidad de vapores que se desprenden de la cascada, se condensan en el aire y caen en formas de finísima e impalpable lluvia.

Cuando llegamos a la casería y nos apeamos, se me quitó de encima un gran peso, como si fuese yo quien hubiese llevado a la mula, y no la mula a . Ya a pie, recorrimos la posesión, que es magnífica, variada y extensa.

Acerca de los primeros que recorrimos, sólo tengo que decir que seguimos cruzando la gran llanura de Castilla la Vieja, más productiva, pero no menos desamparada y monótona que la de Castilla la Nueva.

Atravesamos todo el corredor, risueño con la luz matinal y el perfume de las plantas que allí había; bajamos escaleras, recorrimos pasillos, y, por fin, Antonio abrió una pequeña puerta, que, al girar en sus goznes, dejó escapar un fuerte olor a papel y badana viejos. En seguida comprendí que era el archivo de la casa.