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Elena estaba distraída y me pareció que acogía, con frialdad las frases cariñosas de Luciana, que estuvo, contra su costumbre, pródiga de ellas. ¿Sería la ausencia de Lautrec lo que la tenía tan preocupada? Así lo pensé y sentí renacer todas mis prevenciones. Lacante, que estaba algo delicado y andaba con dificultad, se retiró temprano con su hija.

Pasaba del resplandor de la chimenea a los rincones de sombra, preocupada con estas rebuscas, mostrando, en su impúdica distracción, al agacharse y erguirse, las más recónditas intimidades. Cada vez que tornaba al círculo de luz, una nueva prenda cubría su cuerpo. Fernando la seguía con su vista desde el fondo del lecho, iluminada inferiormente de rojo y con el busto perdido en la penumbra.

Su madre y él contemplaban con inquietud los acontecimientos probables: la muerte del señor Aubry y la quiebra de la casa. La señora Martholl concibió temores muy serios. Preocupada de que su hijo pudiera encontrarse en una situación comprometida, se hizo apremiante y persuasiva.

Piadosa y mundana, muy sencilla, pero muy preocupada, perfecta en todo hasta en sus leves rarezas había arreglado su vida en concordancia con dos principios que, según decía, eran virtudes de familia: la devoción a las leyes de la Iglesia y el respeto a las del mundo; y tal era la fácil naturalidad que ponía en el cumplimiento de esos deberes, que su piedad, muy sincera, parecía no ser otra cosa que un nuevo ejemplo de la corrección de su trato.

Pero Soledad no parecía preocupada con tal recuerdo, ni mucho menos advertir la inquietud de su amante. Era la misma de siempre. Se mostraba con él cariñosa y solícita, prevenida á darle gusto en todo: de tal modo, que el guapo nada echaba menos de los regalos con que le tenía acostumbrado.

Su hermano Nicolás había de parar en canónigo, y quién sabe, quién sabe si en obispo... En fin, que por todos lados se ofrecía a la joven pareja horizontes sonrosados. En estas y otras conversaciones se pasaron la primera noche, hasta que se retiró Maximiliano a su casa, quedándose Fortunata tan pensativa y preocupada que se durmió muy tarde y pasó la noche intranquila.

A partir de aquel instante estuvo Magdalena distraída y visiblemente preocupada, tanto que casi no respondía a las palabras de Amaury. Seguía con la mirada a Antoñita, que habiendo recobrado con el bullicio, la luz y el movimiento, su habitual jovialidad, parecía infundir a su paso una corriente de alegría en el ambiente de aquel salón que atravesaba ligera y gentil como una sílfide.

La señora Aubry, que se había puesto a leer al lado del fuego, volviose de pronto y vio a su hija sentada en un rincón, con aire pensativo. ¿En qué piensas? le preguntó. No debes estar muy fatigada de tus conversaciones durante la tarde; apenas si has hablado. Es cierto, mamá, estoy preocupada. Hace algún tiempo que me apercibo de eso, hija mía dijo la señora Aubry con ternura.

Visiblemente emocionada y hasta confusa, la mirada baja, distraída, preocupada; acababa de ser sorprendida en una lectura que la turbaba notablemente; era claro. ¿Qué podía leer que la inmutara a tal extremo después de todo lo que había leído, y que no quería confesar después de todo lo que había confesado? Mis dudas se convirtieron en sospechas.

Dos horas después despedíase aquella de Elvira en la estación de la Negresse, y volvía triste y preocupada a la Villa María, dando al punto orden de no recibir a nadie. Encerróse temprano en su gabinete y pasó gran parte de la noche repasando y estudiando los papeles de Elvira, y escribiendo una especie de documentos en forma de artículos numerados.